lunes, 11 de diciembre de 2017

EL ORIGEN DE LOS VILLANCICOS

EL ORIGEN DE LOS VILLANCICOS
EL ORIGEN DE LOS VILLANCICOS
La palabra "villancico", deriva de la denominación (villanos) dada a los habitantes de las villas, para diferenciarlos de los nobles o hidalgos. En España, el origen de los villancicos se halla en una forma de poesía preferentemente cultivada en Castilla, parecida al zéjel.Esta es una forma de composición o métrica popular de los musulmanes españoles.(Por ej.: "Zéjeles del Cancionero de Aben Guzmán"). Antes de denominarse villancicos, recibieron también los nombres de "villancejos" o "villancetes".

Estas canciones de Navidad son muy valoradas por la Iglesia Católica. Y la más antigua data del siglo IV: "Jesus refulsit omnium", atribuida a San Hilary de Poitiers. Más tarde, la música navideña cristiana del Medioevo, siguió las tradiciones del "Canto Gregoriano", mientras que en el Renacimiento italiano, surgió una forma de canciones navideñas más alegre y juguetona. De algún modo, ellas se acercan más a los posteriores villancicos que hoy conocemos.

En inglés, los villancicos son denominados "carols". La palabra tiene su origen en el francés "caroler", que significa bailar haciendo un anillo o círculo (similar a nuestra "ronda"). Dichas canciones se interpretaban en latín, su contenido era religioso y, debido a su adopción por los países protestantes, las tradiciones musicales de Navidad se intensificaron.

Una de las más célebres canciones de Navidad es "Noche de Paz" (originalmente "Stille nacht, heilige nacht") cuya letra fue escrita por Joseph Mohr, párroco de un pueblito de Austria y la música, compuesta por un profesor de música, Franz Gruber, poco antes de la Navidad de 1818. El profesor la enseñó a los feligreses y la acompañó en guitarra, dado que el órgano de la iglesita estaba descompuesto, cantándose por primera vez, en la fecha indicada



domingo, 10 de diciembre de 2017

LA FLOR DE NOCHEBUENA Flor de la Navidad

LA FLOR DE NOCHEBUENA Flor de la Navidad
             
 
LA FLOR DE NOCHEBUENA Flor de la Navidad
La Poinsettia es una planta que crece salvaje en Méjico y los mejicanos la llaman "Flor de la Nochebuena" porque sus hojas, verdes, cambian de color en Diciembre volviéndose rojas. En 1830, el botánico Joel Roberts Poinsett, la catalogó y se empezó a cultivar en los Estados Unidos como planta decorativa. 


Porqué una planta de hojas verdes cambia su color en el mes del Nacimiento del Señor, nos lo cuenta esta bonita leyenda.

Era costumbre en Méjico que los fieles llevaran algún pequeño regalo que ofrecían al Niño Jesús durante la misa de Nochebuena.
Un muchachito llamado Pablo, se sintió muy triste cuando esa noche no pudo unirse a los demás para obsequiarle alguna cosa al Niño. Era demasiado pobre y no tenía nada que poder ofrecerle.
Se sentía tan triste por no tener nada que dar al Niño Dios que se escondió en un rincón de la Iglesia y, arrodillado, lloró amargamente.  Las lágrimas resbalaban por su cara y caían al suelo de la Iglesia. De pronto, ante sus ojos, una preciosa planta empezó a crecer. Sus hojas eran de un rojo encendido estaban dispuestas en forma de estrella y en el mismo centro, un manojito de menudas flores amarillas la inundaban de luz.

Pablo supo que aquel era el regalo que Dios le enviaba para ofrecer a Su Hijo recién nacido y feliz como nunca, depositó aquella estrella preciosa a los pies del Pesebre.

Así dicen que pasó y que es desde aquella noche que la poinsettia se vuelve roja en Navidad.


 

viernes, 8 de diciembre de 2017

HISTORIA DE LA COSTUMBRE DE HACER REGALOS PARA NAVIDAD

HISTORIA DE LA COSTUMBRE DE HACER REGALOS PARA NAVIDAD

HISTORIA DE LA COSTUMBRE DE HACER REGALOS PARA NAVIDAD
La costumbre de intercambiar regalos en los días cercanos a Navidad, nos llega desde la antigua Roma, cuando el emperador Domiciano  fijó la duración de las Fiestas Saturnales en una semana, comprendida entre el 17 y el 23 de Diciembre.
 
El primer día, después de ofrecer un sacrificio al dios Saturno, se inauguraban las fiestas y durante los siguientes se organizaban festejos y diversiones populares, entre los que destacaban las loterías y juegos de azar.

Los sirvientes y los esclavos tenían plena libertad mientras duraban las fiestas y estaban autorizados a dejar las labores que normalmente desempeñaban mientras sus amos se reunían con sus amigos entre para comer y charlar.
 
Durante ese tiempo, todo el que lo deseara era libre de acercarse al emperador y  obsequiarle algún pequeño objeto, sin valor económico alguno y que se suponía portador de buena suerte para el emperador.


Estos objetos recibían el nombre de strenae.

Con el tiempo la costumbre de hacerse obsequios se generalizó y en las capas altas de la sociedad su valor aumentó hasta llegar a ser verdaderamente suntuosos. 



lunes, 4 de diciembre de 2017

DOCTRINA ARTIGUISTA

DOCTRINA ARTIGUISTA



DOCTRINA ARTIGUISTA
· La causa de los pueblos no admite la menor demora.
· Que los más infelices sean los más privilegiados
· Nada podemos esperar si no es de nosotros mismos.
· Con libertad ni ofendo ni temo.
· Sean los orientales tan ilustrados como valientes.
· Tiemblen los tiranos de haber excitado nuestro enojo.
· El despotismo militar será precisamente aniquilado con trabas constitucionales que aseguren inviolable la soberanía de los pueblos.
· La cuestión es sólo entre la libertad y el despotismo.
· Todas las provincias tienen igual dignidad e iguales derechos.
· Que los indios en sus pueblos se gobiernen por sí.
· Para mí no hay nada más sagrado que la voluntad de los pueblos.
· En lo sucesivo solo se vea entre nosotros una gran familia.
· Yo no soy vendible, ni quiero más premio por mi empeño que ver libre mi nación.
· No venderé el rico patrimonio de los orientales al vil precio de la necesidad.
· Que en modo solemne se exprese la voluntad de los pueblos en sus gobernantes.
· El pueblo es soberano y él sabrá investigar las operaciones de sus representantes.
· Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana.
· Unidos íntimamente, luchamos contra tiranos que intentan profanar nuestros más sagrados derechos.
· Los pueblos de la América del Sur están íntimamente unidos por vínculos de naturaleza e intereses recíprocos.
· No existe un pacto expreso que deposite en otro pueblo de la federación la administración de la soberanía.

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domingo, 3 de diciembre de 2017

REGLAMENTO DICTADO POR EL GENERAL BELGRANO, PARA EL RÉGIMEN POLÍTICO Y ADMINISTRATIVO Y REFORMA DE LOS PUEBLOS DE MISIONES

REGLAMENTO DICTADO POR EL GENERAL BELGRANO, PARA EL RÉGIMEN POLÍTICO Y ADMINISTRATIVO Y REFORMA DE LOS PUEBLOS DE MISIONES

         
REGLAMENTO DICTADO POR EL GENERAL BELGRANO, PARA EL RÉGIMEN POLÍTICO Y ADMINISTRATIVO Y REFORMA DE LOS PUEBLOS DE MISIONES
Al teniente Gobernador de Corrientes, don Elias Galván.


            A consecuencia de la proclama que expedí para hacer saber á los naturales de los pueblos de Misiones, que venía á restituirlos á sus derechos de libertad, propiedad y seguridad de que por tantas generaciones han estado privados, sirviendo únicamente para las rapiñas de los que han gobernado, como está de manifiesto hasta la evidencia, no hallándose una sola familia que pueda decir, «estos son los bienes que he heredado de mis mayores,» y cumpliendo con las intenciones de la Exema. Junta de las provincias del Rio de la Plata y á virtud de las altas facultades que como á su vocal representante me ha conferido, he venido en determinar los siguientes artículos, con que acreditan que mis palabras no son las del engaño ni alucinamiento con que hasta ahora se ha tenido á los desgraciados naturales bajo el yugo de fierro, tratándolos peor que á las bestias de carga, hasta llevarlos al sepulcro entre los horrores de miseria é infelicidad, yo mismo estoy palpando con ver su desnudez, sus lívidos aspectos, y los ningunos recursos que les han dejado para subsistir.
         1. Todos los naturales de Misiones son libres, gozarán de sus propiedades y podrán disponer de ellas como mejor les acomode; como no sea atentando contra sus semejantes.
         2. Desde hoy les liberto del tributo; á todos los treinta pueblos y sus respectivas jurisdicciones, les exceptúo de todo impuesto por el espacio de diez años.
         3. Concedo un comercio franco y libre de todas sus producciones incluso el tabaco, con el resto de las provincias del Rio de la Plata.
         4. Respecto á haberse declarado en todo iguales á los españoles que hemos tenido la gloria de nacer en el suelo de América, les habilito para todos los empleos civiles, políticos, militares y eclesiásticos, debiendo recaer en ellos como en nosotros los empleos del Gobierno, milicia y administración de sus pueblos.
         5. Estos se delinearán á los vientos Nordeste, Sudoeste, Noroeste, Sudeste, formando cuadras de á cien varas de largo y ciento de ancho, que se repartirán en tres suertes cada una, con el fondo de cincuenta varas.
         6. Deberán construir sus casas en ellos, todos los que tengan poblaciones en la campaña, sean naturales ó españoles, y tanto unos como otros podrán obtener los empleos de la República.
         7. A los naturales se les darán gratuitamente las propiedades de las suertes de tierra que se les señalen, que en el pueblo será un tercio de cuadra, y en la campaña según las leguas y calidad de tierras que hubiere en cada pueblo, de suerte, que no haya de pasar de legua y media de frente y dos de fondo.
         8. A los españoles se les venderá la suerte que desearen en el pueblo después de acomodados los naturales, é igualmente en la campaña por precios moderados para formar un fondo con que atender á los objetos que adelante se dirá.
         9. Ningún pueblo tendrá mas que siete cuadras de largo y otras tantas de ancho, y se les señalará por campo común dos leguas cuadradas que podrán dividirse en suertes de á dos cuadras que se han de arrendar á precios muy moderados, que han de servir para el fondo antedicho, con destino á huertas ú otros sembrados que mas les acomodase, y también para que en lo sucesivo sirvan para propios de cada pueblo.
         10. Al Cabildo de cada pueblo se les ha de dar una cuadra que tenga frente á la Plaza Mayor, que de ningún modo podrá enajenar ni vender y solo edificar, para con los alquileres atender los objetos de su instituto.
         11. Para la Iglesia se han de señalar dos suertes de tierra en el frente de la cuadra al Cabildo, y como todos ó los mas de ellos tienen sus templos ya formados, podrán estos servir de guía para la delincación de los pueblos aunque no sea tan exacta á los vientos que dejo determinados.
         12. Los cementerios se han de colocar fuera de los pueblos señalándose en el égido una cuadra para este objeto, que haya de cercarse y cubrirse con árboles como hoy los tienen en casi todos los pueblos, desterrando la absurda costumbre, prohibida absolutamente, de enterrarse en las iglesias.
         13. El fondo que se ha de formar con los artículos 8º y 9º no ha de tener otro objeto que el establecimiento de escuelas de primeras letras, artes y oficios, y se han de administrar sus productos después de afincar los principales, como dispusiere la Excma. Junta ó el Congreso de la Nación por los cabildos de los respectivos pueblos, siendo responsables de mancomún é insolidum los individuos que los compongan, sin que en ello puedan tener otra intervención los gobernantes que la del mejor cumplimiento de esta disposición, dando parte de su cumplimiento para determinar al superior Gobierno.
         14. Como el robo había arreglado los pesos y medidas para sacrificar más y más á los infelices naturales, señalando doce onzas á la libra, y así en lo demás, mando que se guarden los mismos pesos y medidas que en la gran capital de Buenos Aires, hasta que el superior Gobierno determine en lo particular lo que tuviere conveniente, encargando á los corregidores y cabildos que celen el cumplimiento de ese artículo, imponiendo la pérdida de sus bienes y extrañamiento de la jurisdicción á los que contravinieren á él, aplicando aquellos á beneficio del fondo para escuelas.
         15. Respecto de que á los curas satisface el erario el sínodo conveniente, y en lo sucesivo pagará por espacio de diez años de otros ramos, que es el espacio que he señalado para que estos pueblos no sufran gabela ni derecho de ninguna especie, no podrán llevar derechos de bautismo ni entierro, y por consiguiente los exceptúo de pagar cuartas á los obispos de las respectivas diócesis.
         16. Cesan desde hoy en sus funciones todos los mayordomos de los pueblos, y dejo al cargo de los corregidores y cabildos la administración de lo que haya existente, y el cuidado del cobro de arrendamientos de tierras, hasta que esté verificado el arreglo, debiendo conservar los productos en arca de tres llaves, que han de tener el Correjidor, el Alcalde de Ier voto, y el Síndico Procurador, hasta que se les dé el destino conveniente, que no ha de ser otro que el del fondo ya citado para escuelas.
         17. Respecto á que las tierras de los pueblos estén intercaladas, se hará una masa común de ellas, y se repartirán á prorata entre todos los pueblos para que unos y otros puedan darse la mano, y formar una provincia respetable de las del Rio de la Plata.
         18. En atención á que nada se haría con repartir tierras á los naturales, si no se les hacían anticipaciones así de instrumentos para la agricultura, como de ganados para el fomento de las crias, ocurriré á la Excma. Junta, para que abra una suscricion, para el primer objeto, y conceda los diezmos de la cuatropea de los partidos de Entre Rios, para el 2º, quedando en aplicar algunos fondos de los insurjentes que permanecieren renitentes en contra de la causa de la patria, á objeto de tanta importancia, y que tal vez son habidos del sudor y sangre de los mismos naturales.
         19. Aunque no es mi ánimo desterrar el idioma nativo de estos pueblos; pero como es preciso que sea fácil nuestra comunicacion, para el mejor orden prevengo, que la mayor parte de los cabildos se han de componer de individuos que hablen el castellano, y particularmente el Corregidor, el Alcalde de 1er voto y el Síndico Procurador, y un secretario que haya de extender las actas en lengua castellana.
         20. La administración de Justicia queda al cargo del Corregidor y Alcaldes, conforme por ahora á la legislación que nos gobierna, concediendo las apelaciones para ante el superior Gobierno de los treinta pueblos y de este para ante el superior Gobierno de las provincias en todo lo concerniente á Gobierno y á la real Audiencia de lo contencioso.
         21. El Corregidor será el presidente del Cabildo, pero con un voto solamente, y entenderá en todo lo político, siempre con dependencia del gobernador de los treinta pueblos.
         22. Subsistirán los departamentos que existen con las subdelegaciones que han de recaer precisamente en hijos del país para la mejor expedición de los negocios que se encarguen por el gobernador, los que han de tener sueldo por la Real Hacienda, hasta tanto que el superior Gobierno resuelva lo conveniente.
         23. En cada capital del departamento, se ha de reunir un individuo de cada pueblo que lo compone, con todos los poderes para elegir un diputado que haya de asistir al Congreso nacional, bien entendido que ha de tener las cualidades de probidad y buena conducta, ha de saber hablar el castellano, y será mantenido por la Real Hacienda, en atención al miserable estado en que se hallan los pueblos.
         24. Para disfrutar la seguridad así interior, como exteriormente, se hace indispensable que se levante un cuerpo de milicia, que se titulará Milicia Patriótica de Misiones, en que indistintamente serán oficiales, así los naturales como los españoles que vinieren á vivir á los pueblos, siempre que su conducta y circunstancias, los hagan acreedores á tan alta distinción; en la inteligencia de que ya estos cargos tan honrosos no se dan hoy al favor, ni se prostituyen como lo hacían los déspotas del antiguo Gobierno.
         25. Este cuerpo será una legión completa de infantería y caballería, que irá disponiéndose por el Gobernador de los pueblos, igualmente que el cuerpo de artillería, con los conocimientos que se adquieran de la población, y están obligados á servir á ella según el arma á que les destine desde la edad de 18 años hasta los 45; bien entendido que su objeto es defender la patria, la religión y sus propiedades, y que siempre que se hallen en actual servicio se les ha de abonar á razón de diez pesos al mes al soldado, y en proporción á los cabos, sargentos y oficiales.
         26. Su uniforme para la infantería es el de los Patricios de Buenos Aires, sin mas distinción que un escudo blanco en el brazo derecho, con esta cifra: «M. P. de Misiones»; y para la caballería, el mismo con igual escudo y cifras, pero con la distinción de que llevarán casacas cortas y vuelta azul.
         27. Hallándome cerciorado de que los excesos horrorosos que se comenten por los beneficiadores de la yerba, no solo talando los árboles que la traen, sino también con los naturales, de cuyo trabajo se aprovechan sin pagárselos, y además hacen poder con castigos escandalosos, constituyéndose jueces en causa propia, prohíbo que se pueda cortar árbol ninguno de la yerba, so la pena de diez pesos por cada uno que se cortare, á beneficio, la mitad del denunciador y la otra para el fondo de las escuelas.
         28. Todos los conchavos con los naturales se han de contratar ante el Corregidor ó Alcalde del pueblo donde se celebren y se han de pagar en tabla y mano, en dinero efectivo, ó en efectos, si el natural quisiere, con un diez por ciento de utilidad, deducido el principal, y gastos qué tenga desde su compra, en la inteligencia de que no ejecutándose así, serán los beneficiadores de yerba multados por la primera vez en cien pesos, por la segunda en quinientos, y por la tercera embargados sus bienes y desterrados, destinando aquellos vales por la mitad al delator, y fondos de escuelas.
         29. No les será permitido imponer ningún castigo á los naturales, como me consta lo han ejecutado con la mayor iniquidad; pues si tuvieren de qué quejarse, ocurrirán á sus jueces para que les administre justicia, so la pena, que si continuaren en tan abominable conducta, y levantaren palo para cualquier natural, serán privados de todos sus bienes, que se han de aplicar en la forma dicha arriba y si usaren del azote, serán penados hasta con el último suplicio.
         30. Para que todas estas disposiciones tengan todo su efecto, reservándome por ahora el nombramiento de sujetos que hayan de encargarse de la ejecución de varias de ellas, y lleguen á noticia de todos los pueblos, mando que se saquen copias para dirijir al Gobernador don Tomás de Rocamora, y á todos los Cabildos para que se publiquen en el primer dia festivo, explicándose por los padres curas, antes del Ofertorio, y notariándose por la respectivas jurisdicciones de los predichos pueblos hasta los que viven mas remotos de ellos Remítase igualmente copia á la Excma. Junta provincial gubernativa de las provincias del Rio de la Plata, para su aprobación, y archívense en los Cabildos los orijinales para el gobierno de ellos, y celo de su cumplimiento.
         Fecho en el campamento de Tacuarí á treinta de Diciembre de mil ochocientos diez.
            MANUEL BELGRANO.



viernes, 1 de diciembre de 2017

ANDORRA El paraíso fiscal de España, su historia

ANDORRA El paraíso fiscal de España, su historia

ANDORRA El paraíso fiscal de España, su historia
La tradición atribuye los orígenes de Andorra a Carlomagno, que liberó la región de la ocupación musulmana en el año 803 d.C. y su hijo, Ludovico Pío, concedió a los habitantes un estatuto de independencia. 
El primer documento existente donde aparece el nombre de Andorra se trata de una orden del año 843 que redactó Carlos II, nieto de Carlomagno, y en el que cedía los valles de Andorra a Sunifredo, conde de Urgell, de la cercana ciudad española de La Seu d'Urgell. 
El acta de Consagración de la catedral de La Seu, que data aproximadamente del año 860, incluía la pertenencia de las parroquias andorranas al territorio dominado por el conde. A partir del siglo XII los valles de Andorra se convirtieron en una señoría episcopal bajo la tutela del obispado de Urgell.
Los primeros documentos constitucionales del país, los pariatges (acuerdos entre iguales), se redactaron en 1278 y 1288, mediante los cuales se solucionaban las diferencias entre la iglesia de Urgell y la casa de Foix (que más tarde sería absorbida por la Casa Real de Francia). Estos acuerdos, con los que tanto el obispado como los condes aceptaron compartir la soberanía andorrana, han constituido la base del gobierno de Andorra hasta la actualidad y se encuentran entre los documentos más antiguos de ese tipo aún en vigor.
El característico equilibrio político creado por este acuerdo libró al país de ser absorbido por sus poderosos vecinos, a pesar de las periódicas tensiones que se producían entre los copríncipes y los poderes que éstos representaban. 
Tras la Revolución Francesa, Francia, como heredera de los territorios y de las prerrogativas del conde de Foix, renunció a todos los derechos feudales sobre Andorra, pero Napoleón, por petición expresa de los andorranos ya que temían la hegemonía española, volvió a aceptar la soberanía en 1806.
Su catalogación de paraíso fiscal surgió a partir del contrabando de productos franceses hacia España durante la guerra civil española, y de productos españoles hacia Francia durante la II Guerra Mundial. 
Andorra conservó su neutralidad durante las dos guerras mundiales y la contienda española.
En marzo de 1993, sus ciudadanos aprobaron la primera Constitución andorrana, convirtiendo el país en un coprincipado parlamentario de derecho, democrático y social; también se mantuvo la función de los copríncipes francés y español como jefes de Estado conjuntos con poderes mucho más reducidos. 
En julio de 1994 Andorra ingresó en el Consejo de Europa y en la ONU.
Andorra se ha convertido en un centro de ski y de compras libres de impuestos. Estas actividades aparte de traer bienestar, negocios extranjeros y alrededor de 11 millones de visitantes al año, acarrean un desarrollo sin miramientos y varios kilómetros de atascos a ambos lados de la frontera.


viernes, 24 de noviembre de 2017

CAMPO DE PRISIONEROS DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA "Las Bruscas" LUEGO "Santa Elena"

CAMPO DE PRISIONEROS DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA "Las Bruscas" LUEGO "Santa Elena"

CAMPO DE PRISIONEROS DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA "Las Bruscas" LUEGO "Santa Elena"

Juan M. de Pueyrredón 

Hasta los comienzos del siglo XIX el río Salado fue el límite entre la civilización y los salvajes.  Con más o menos tolerancia y belicosidad, aquello se respetaba.  Eso sí, con una excepción.  Era ésta el establecimiento de los jesuitas, al sur, precisamente en el que sería denominado más tarde “Rincón de López”.  Posiblemente, “las primeras carretas que con sus enormes ruedas marcaron huellones en el lecho del Salado fueron las de los padres misioneros que, en 1742, fundaron la reducción de la Concepción de las Pampas…”.  Pusieron los jesuitas en la empresa su habitual celo civilizador.  No serían más bravos estos indígenas sureños que los que domeñaron y adiestraron en artes y oficios allá en el norte…  Más, no debió acontecer así, pues enana carta del obispo de Buenos Aires, fray José de Peralta, se dice que éstos de la otra banda del Saladillo “tienen muy poca obediencia a los misioneros y sin temor se han salido del pueblo llevándose mujeres en continuación de su libertinaje, y que entre los que se mantienen en el pueblo se traban de ordinario querellas…”.  Lo cierto es que, más allá del Salado, todo era dominio de salvajes, huidos de la justicia y malandrines.  No faltan los historiadores que anotan que “el establecimiento de estas reducciones, respondía, además, a un plan de observación y espionaje que, sin despertar sospechas, podían llevar los padres ante las autoridades de Buenos Aires, transmitiéndoles los movimientos y preparativos de la indiada, bien visibles en aquellas soledades”.

Expulsados los jesuitas, y evacuada la misión quedaron aquellos campos sureños abandonados.  Fue, teniendo en cuenta su carácter de realengos, como se desprende de un posterior “reglamento provisional” que determinaba las condiciones bajo las cuales el Gobierno otorgaría suertes de estancias al sur del río Salado, que muchos estancieros arriesgados decidieron establecerse en ellos.  Sus sucesores, en más de una oportunidad, los encontramos consignados en los planos catastrales contemporáneos.

La antigua cartografía jesuítica, entre otros, los mapas del padre Cardiel y, en particular, el de Falkner de mediados del siglo XVIII, en el lugar aproximado correspondiente a Las Bruscas, ubica en el grado 36, a la misión de la Concepción. Pero sin remontarnos tan hacia el pasado, recordemos aquí la Carta del trayecto de Buenos Aires a Valparaíso, trazada en 1810, por los españoles Espinoza y Bauzá, que la ubica también a la misma altura.  Esta situación es confirmada años más tarde, en 1825, por la carta de John Miers, el cual lo hace en forma más nítida, rompiendo el recuadro, al pie, a la derecha, exactamente sobre el paralelo 36, a 57º 2’, del meridiano de Greenwich, aunque ya con la denominación de Santa Elena, según designio del Supremo Gobierno, del 26 de noviembre de 1817.

Las Bruscas

El “depósito” o campo de prisioneros de “Las Bruscas” se hallaba establecido en los aledaños de la laguna de los Pingos, debajo de la cual en el mapa de Bacle, de 1830, ya figura la población de Dolores, y, un poco más hacia el sur, los famosos montes del Tordillo, refugio de cuanto bandolero escapaba de la civilización.

Para llegar a Las Bruscas, desde Chascomús, había que seguir por el camino que cruzaba el Salado en el paso llamado de la Reducción.  De su existencia pormenorizada nos da prueba el esquema reproducido por Adolfo Carranza en la Ilustración Histórica Argentina (Nº 19, Tomo II, página. 193) titulado: “Nueva Población de Santa Elena, depósito de prisioneros” sacado el 1º de enero de 1819.

En ese esquemático plano, no por tosco en el trazo menos interesante, se presenta un rudimentario poblado, rodeado por las lagunas que, en las temporadas nefastas, acrecentándose, lo convertían en un aislado islote.  No faltan en esta pieza, singularmente documental, las menciones correspondientes a la Capilla, Campo Santo, Casas de los administradores, almacén, presidio y hasta pulpería.

¿Por qué Las Bruscas?  Ansay nos los dice: “era un bruscal, campo abundante en brusquillas, arbusto duro y con espinas bravas, rechazado por los animales, con bayas como cerezas, particularizado por entrar rápidamente en combustión.  Aseguraba la gente de aquellos lugares que era la cocción de sus raíces buena para la sangre”.

El lugar, en la época, no podía adaptarse más a su cruel destino de campo de concentración de prisioneros.  Estaba en la linde de la jurisdicción civilizada, en las riberas del incontenido Salado de entonces, abundante en lagunas de escasa profundidad, con vegetación acuática: juncos, y achiras, “aguas tendidas” y traidores guadanales.  Río de engañoso cauce, que se ensanchaba como un mar con las grandes lluvias y los golpes de marea del Samborombón, impracticable para la navegación (hubo en 1857 una alocada intentona de la que da amena y versada cuenta el historiador Carlos A. Moncaut), colmado de sedimentos, con el azulado barro de sus cangrejales, y escasos pasos seguros, uno de los cuales era, precisamente, el de La Postrera, la estancia predilecta de Felicitas Guerrero de Alzaga.

Empero, como veremos, la seguridad y el aislamiento de los confinados eran relativos.  La temeridad, la suicida sed de liberación, el soborno a los milicos encargados de la custodia, la desesperación, más de una vez, tentó a los prisioneros realistas, cobrándoles su osadía con la vida o las crueles represalias tomadas con los inocentes sorteados que se resignaban a permanecer en Las Bruscas.  Pues que, por cada evadido, se sorteaba un confinado, al cual se le engrillaba y remitía sin dilación a la lejana prisión de Buenos Aires.  Y se daba el caso de que, siendo los jóvenes los más resueltos y temerarios, los que purgaban eran los militares más ancianos, de mayor graduación e impedimento físico.

Para ubicar al lector contemporáneo en el lugar de Las Bruscas o de Santa Elena, ateniéndonos a las informaciones que suministra el plano catastral del partido de Dolores, levantado por la Dirección de Geodesia provincial, para el año 1948, consignaremos que estaban al NNO de la ciudad de Dolores, a unos tres kilómetros de la misma y algo menos de las vías del Ferrocarril Roca en su ruta a la Parada Kilómetro 212, en campos de R. García Fernández, desprendidos del entonces perteneciente a José A. Barbosa.  Por el lugar pasaba en días más cercanos el camino de Dolores a Rauch, empinándose unas varas al salir de Las Bruscas, para meterse entre las lagunas de los Dos Talas, la del Medio y del Aguadero, zonas aguanosas y bajas que utilizan en el presente la salida del Canal número 9.

El gobierno directorial, antes de que se pusiera en marcha la columna de prisioneros en la cual formaba Ansay, había tomado algunas providencias.  En primer lugar, atentas las solicitudes de otorgamiento de tierras realengas ubicadas al sur del Salado –muchas de aquéllas de las que, en 1767, torpemente se había desalojado a los jesuitas-, el 25 de enero de 1816, reglamentó el otorgamiento de suertes de estancias.  El propósito aparente fue el de colonizar y terminar, ¡claro que a costa del esfuerzo y el denuedo de algunos estancieros!, con los vagos, desertores, prostitutas y holgazanes guarecidos en los montes del Tordillo, así como darle formalidad a la entrega de otras tierras más valiosas a cambio de unos reales.  Pero, éste no es asunto de tocar aquí.

Lo que se ve sí, es que el recaudo de los prisioneros realistas comenzaba a convertirse en un agudo problema.  Extensas y minuciosas fueron las instrucciones que, ya establecido el Directorio de Pueyrredón, el 28 de marzo de 1817, recibió el teniente coronel Juan Navarro, “para que arregle a ellas su conducta en el desempeño de la Comisaría de prisioneros”… por de pronto, se daba por sentado que la guardia de Chascomús era el punto donde estaban concentrados y desde el que se les distribuía, ordenándoseles militarmente por compañías.  Serían ellos los que construyeran sus moradas con los materiales obtenidos en las inmediaciones.  No se apartarían más de una legua descentro de reunión.  El alimento lo suministraría el comandante militar respectivo. (1)  Siempre que los trabajos públicos lo exigieran, se atenderían con prisioneros, con excepción de los jefes y oficiales.  También, bajo fianza, podían facilitarse a los vecinos para las tareas rurales.  Por fin, y esto es de interés: el Comisario cuidaría de tener prisioneros espías que advirtieran sobre los conceptos, planes, etc. de los prisioneros.

El 11 de junio salió la columna de Luján.  Hasta la estancia de Julián Martínez de Carmona, distante aún cinco leguas de las riberas del Salado, los prisioneros habían marchado unas setenta leguas.  Todavía les faltaban dos más para alcanzar su mortífero destino.  Era una zona lacustre, plagada de interminables ciénagas, cañadas y cañadones con fondo legamoso y traidor.  Estas chacras procedían y a su vez alimentaban las lagunas de dilatado espejo que, unificándose en los períodos lluviosos del invierno, le daban a la vastísima región el aspecto de un mar.

Aquellos tembladerales, cubiertos por las aguas que no se habían retirado aún, engullían a los animales hasta las verijas. En otros lugares, los pajonales altos impedían el fácil galopar de los caballos.

Llegada de Ansay al “Depósito”

El 22 de setiembre llegó Ansay al “bruscal depósito”, como él lo denomina.  Allí comenzó otra etapa de penurias, privaciones y, naturalmente, un pertinaz anhelo de problemáticas y siempre riesgosas fugas.

Pese a su edad y achaques, imitando a los que habían llegado antes, levantó su rancho, transportando él mismo los palos, cortando las pajas en las lagunas.  La ración de carne que les asignaban era ínfima.  Hubo que pensar en obtener algo de aquella tierra aguanosa; cavar, rellenar, trazar surcos.  La leña combustible estaba como a dos leguas.  La conducían a cuestas, pasando hasta once charcas con el agua arriba de la cintura.

El gobierno directorial, por una orden del 28 de agosto, antes del arribo de Faustino de Ansay, como hemos dicho, había dispuesto el suministro de las reses para la alimentación de los presos españoles.  Pero, sus compatriotas no parecían mostrarse muy pródigos o, quizá, los funcionarios de la custodia, se quedaban con la parte del león… o de la hiena, que por tales tenían los realistas a Juan Navarro y su segundo Saturnino Saraza.  Además, protestar, ¿para qué?.

En varias oportunidades lo hicieron, con respetuosos términos, alegando elementales razones de humanidad, apelando al derecho de gentes, a la buena fe que presumiblemente se pone en los tratados, al derecho internacional que establece que la cautividad de los prisioneros de guerra no constituye un castigo ni un acto de venganza.  Se dirigieron al flamante y soberano Congreso, al Director Supremo, al Cabildo, y hasta el comandante de la corbeta británica “Termefant”, en sendas y conmovedoras notas fechadas el 1º de noviembre de 1817.  La callada fue por respuesta.

En octubre de 1817, un acuerdo del gobierno de Pueyrredón decidió cambiar la denominación de Las Bruscas por la de Santa Elena, “quedando enteramente abolido aquél por el primer nombre”, especificaba el ministro Tagle.  Las dotes mefistofélicas con que el historiador López lo retrata llevan a pensar en el humor negro que el atildado y lúgubre personaje volcó al recordarles a los prisioneros realistas, con aquella designación de Santa Elena (Napoleón estaba en el islote atlántico desde el 17 de octubre de 1815….), al maligno conquistador que tantos estragos ocasionó en la Península.

Todavía, el 26 de mayo del año siguiente, en nombre de los 638 relegados que parecían hambre y miserias en las antiguas Bruscas, se renovó otra presentación, dirigida a Pueyrredón: se morían materialmente de hambre y otro terrible invierno se les venía encima.  El papel debió perderse entre la hojarasca administrativa.  Eran muchas las inquietudes que provocaba en Europa el intrigante y calumniador Manuel Sarratea y otros que tales, con una posible conspiración contra el Director Pueyrredón.  Por otra parte, el general San Martín había llegado a Buenos Aires el 17 de mayo, para recibir, como anota Mitre, “por primera y última vez en los fastos de la Nación Argentina el reconocimiento por sus servicios que con tanto honor del nombre americano merecía”.

Reducidos los realistas de Las Bruscas a una situación tan afligente, más parecía que lo que se procuraba era exterminarlos.  Era la guerra en toda su brutalidad.  Otro tanto acontecía con los patriotas y entre los mismos patriotas. No se podía olvidar la servicia de Nieto en el Alto Perú.  En aquellos mismos días, los hermanos Carrera habían pagado por igual un cruento tributo.  Era el signo del tiempo.

En la relación de aquellos plañideros escritos había colaborado Ansay, que ya tenía larga experiencia en tales gajes del oficio militar.  Las listas de prisioneros se conservan en el Archivo de la Nación.  De todos ellos queremos mencionar uno solo: Andrés González del Solar, oficial español en el Perú, prisionero en la fortaleza del Callao, fue relegado a Chiloé, pasado finalmente a Las Bruscas.  Lo liberó el gobernador general Rodríguez y se estableció con un comercio en Buenos Aires.  En 1833 se casó con Margarita de la Puente.  Padre del injustamente olvidado poeta autor del laureado Canto a Cristóbal Colón, lo fue también de Carolina, la esposa del autor de Martín Fierro.

Allá por marzo de 1818, diríamos, por puro formulismo, llegó a Las Bruscas un comisario en tren de investigador.  Con aspavientos e ínfulas inició los interrogatorios.  Navarro y su gente salieron al paso, alegando que los realistas eran unos rebeldes que no tramaban más que fugas y estaban en una permanente insubordinación.  El resultado fue castigar a los prisioneros sentenciándolos por sorteo para llevarlos a presidio.  Ansay, como todos, metió su mano en el botijo, y salió libre, pero cinco infelices tuvieron la “suerte” de ser transferidos a la cárcel de Buenos Aires.  En la Capital, acollarados y engrillados, siendo objeto de la befa del populacho, debieron trabajar en las calles o en algunas obras públicas.  Fueron precisamente prisioneros de guerra españoles los que demolieron la vieja plaza de toros y levantaron los muros del cuartel del Retiro.

En agosto del mismo año agregaron 44 oficiales prisioneros, provenientes de la batalla de Maipú.  Con tantas calamidades, algunos realistas se fugaron dirigiéndose nada menos que a Valdivia, a través de 400 leguas, atravesando pampas y montañas, desafiando a los indios.  Unos llegaron al cabo de un año.  La fuga se compensó con el consabido sorteo.

Pero, la tropa que custodiaba el Depósito no cobraba sus sueldos con regularidad.  De tal manera, unas veces, por unas monedas, favorecían las fugas.  En otras oportunidades pasaban cartas y traían noticias.  También, aparentaban favorecer, ¡y delataban!  Faustino de Ansay, con muchas dificultades, logró que su leal amistad residente en Buenos Aires, intercediera para que se le dejaran curarse en un hospital, ofreciendo una no despreciable fianza de ocho mil duros.  “No hay lugar”, fue la respuesta; y, de  palabra, se le reiteró que era en vano presentarse, pues no merecía ninguna gracia del gobierno, pudiendo estar contento de que no le hubieran quitado la vida.

Otra vez, los blandengues fueron relevados por un destacamento de negros.  “Aquellos bárbaros –dice- al verse en el estado de libres, con las alas que les daban, se insolentaban, nos robaban cuanto teníamos en las huertas, diciéndonos pícaros, ladrones, godos, gallegos…  Ahora mandamos los negros a los blancos…”.  Y los apaleaban.

Con el desquicio institucional del año 1819, arreciaron las fugas y, por consiguiente, los injustos sorteos.  Así, el capitán de caballería Pedro Abarca, de 70 años, purgó la fuga de un simple recluta.  Los encargados del Depósito pensaron en algo más severo: fusilar a los sorteados, para ponerse a salvo de toda responsabilidad.

Las órdenes y las contraórdenes llegaban diariamente al nefasto lugar.  Para el 4 de marzo se dispuso volverlos a todos a Mendoza y San Luis.  Mil milicianos gauchos los escoltaban.  Tuvieron que abandonar sus ranchos e improvisados bienes y obedecer.  No habían avanzado más que una legua cuando cundió la especie de que serían todos degollados en cuanto llegaran al Salado.  Afortunadamente en lo más álgido del pánico, llegó la contraorden de regresar a Las Bruscas, donde encontraron la población casi en ruinas.  Al parecer, algunos jefes patriotas habían solicitado al gobierno que no tolerara tales atentados, recelosos de las represalias que provocarían, particularmente después del tremendo episodio de San Luis, donde los oficiales realistas capturados en la batalla de Maipú armaron un motín con un trágico saldo.

Fuga del coronel Faustino Ansay

Faustino de Ansay, el tozudo hijo de Zaragoza, no cejaba en sus proyectos de fuga.  Una, dos, tres veces lo intentó.  Sus camaradas iban escapando y él quedaba.  Por fin, aquella invariable amistad radicada en Buenos Aires, aprovechando un cambio de autoridades, insistió nuevamente.  El 24 de mayo llegó la anhelada orden de que pasara a la Capital para remediar sus males.

Recién entonces dejó el Depósito de Santa Elena, aquel infernal bruscal, donde padeció dos años, once meses y veinticinco días.  Como hemos dicho, Ansay, minucioso contable, no perdonaba un día a sus penurias.

Ya lo tenemos al coronel camino a Buenos Aires.  Llega en mal momento para la Revolución.  Oportunidad propicia para él.  Con centinela a la vista, lo internan en el hospital.  Se encuentra realmente enfermo; pero, con males y fiebres, su obsesión es la de fugarse.  En realidad, todos lo hacen.  Con unos y con otros, Ansay urde posibles escapatorias.  A veces se burlan de él y le pelean los pocos cuartos que le respetan.

Una noche, finalmente, lo consigue.  Acude a refugiarse en casa de “una señora, donde le dan una habitación con todo disimulo”.  El marido había salido para Montevideo.  Treinta y tres días vive allí oculto.  Como siempre, lleva bien la cuenta.

En tanto, ¿qué ocurre?  La ciudad está envuelta por el desquicio político y administrativo.  Se vive materialmente en un infierno.  Alvear, Pagola, mil ambiciosos más que han trocado el sano patriotismo por el asqueante y pernicioso apetito del poder.  Es la cuota inevitable de todos los movimientos populares.  Buenos Aires se ha convertido en el refugio de la pobre gente de las asoladas campañas.  ¿Quién, entonces, va a reparar en el envejecido y astroso fugitivo que es el coronel Faustino Ansay?

Como bestias arrean por las calles a los prisioneros.  Ya no son solo godos.  Las mujeres pernoctan en los templos. Algunas paran en los conventos, como la esposa de Tomás O’Gorman, que dio a luz de urgencia e la celda del fraile Francisco Castañeda.  Para colmo de males, el 19 de agosto, un terrible temporal empuja al río más arriba de las barrancas, destrozando innumerables embarcaciones, arrasando humildes viviendas.

¿Cómo no afanarse entonces en lograr la salvación tan anhelada?  El 1º de octubre se halla la ciudad en revolución. Tocan generala.  Ansay aprovecha.  Paga la complicidad con las últimas monedas de oro que su amistad le ha hecho llegar.  Tal es su confusión que, en medio de la noche, se equivoca y acude, en demanda de refugio, tan luego a la casa de Agrelo, “el más cruel de los insurgentes”, dirá luego.  Pero se salva porque el escabroso personaje anda, a su vez, conspirando.

La casa que el buscaba estaba dos puertas más adelante.  Para evitar suspicacias, dejémosle a él que evoque algún pormenor de sus felices días mendocinos:

“Llamo –dice-, y a pesar de que estaban dormidos por la jarana de la noche (sic),me respondieron, y por no decir mi nombre, repliqué, ¿quién tuviera sus cuidados?.  Me conoce la señora en el eco.  No espera a sus criados, me abre la puerta aún estando en paños menores.  ¡Qué acción generosa!  Se viste, deja a su marido que aún está en cama, y cual otra madre tierna que ve a su hijo, que hace tiempo estaba ausente me recibe, llama a los criados, manda hacer té, y le relaciono lo ocurrido en estos días.  El hacer bien nunca se pierde.  Así me sucedió a mí.  En enero de 1810 pasó esta señora por Mendoza, y por esta causa le franqueé algún dinero para muebles y poner casa aquí, y agradecida me recoge y me sirve en gran manera”.

Ahora podemos abreviar.  El día 4 hay luchas en las calles.  Nada más que en la Plaza, 500 muertos.  Pero, al parecer, ya está afirmado el gobernador Rodríguez.  El 9, día de la Virgen del Pilar, patrona tutelar de Aragón, le confirman al impaciente coronel la posibilidad de fugarse en la lancha de un esforzado y leal gallego.  Lo hace por el Riachuelo.  Con viento favorable, más no sin dificultades.  Por fin, el 14 está a la vista de la Colonia del Sacramento.  El jefe militar portugués lo recibe con benignidad y honores.  Dos días después zarpa de Montevideo, “dando gracias al Poderoso porque ya podrá respirar libremente después de miserias, trabajos y calamidades sufridas en 10 años, 5 meses y 13 días”. El siempre habría de llevar la cuenta.

Aquí podemos poner fin a las  infinitas y peregrinas ocurrencias del coronel Faustino Ansay.  Anotemos algo más para que el relato de sus padecimientos no quede trunco.  En Montevideo estuvo hasta el 24 de enero de 1821.  El 7 de febrero, fue a Río de Janeiro.  Restablecido y con recursos que le facilitó el embajador de España, levó anclas el 6 de junio para Europa.  Con 83 días de navegación, alcanzó Lisboa el 28 de agosto.  El 26 de enero de 1822 llegó a Sevilla.  Tuvo complicaciones de índole administrativa.

Este coronel con alma de contable parece que no se daba por enterado de que aquellos no eran tiempos para cálculos rigurosos ni de días ni de duros.  Obtuvo una foja con 43 años de servicios y quince días, ni más ni menos.  Visitó Madrid, ya más tranquilo.  Y, el 23 de octubre regresó a su Zaragoza siempre añorada, a las 4 de la tarde.  Vio que también allí la guerra había pasado dejando sus tremendas huellas.

Parece que, posteriormente, complicado en algunos pleitos políticos de su país, debió exiliarse en París y en Londres. Faustino Ansay tendría muchas cosas para contar en su vejez.  Sobre todo, su estadía en ese lugar que, sin exageración, podemos llamar “el campo de concentración criollo”.

Referencia

(1) Más tarde, el 28 de agosto de ese mismo año, se estableció que el comisario Navarro estaba facultado para obtener de los hacendados europeos las reses necesarias para el consumo del Depósito, conforme con el ganado que aquéllos tuvieran.  En Chascomús, de tres ganaderos realistas, el más fuerte, con 9.000 cabezas, era Manuel Martín de la Calleja, que debió aportar 900 animales por año.

Fuente
Ansay, Faustino – Relación de los Acontecimientos ocurridos en la ciudad de Mendoza en los meses de junio y julio de 1810.
Danero, E. M. S. – Las Bruscas, Campo de Concentración Criollo”
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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Todo es Historia, Año III, Nº 25, Mayo de 1969.
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