viernes, 1 de diciembre de 2017

ANDORRA El paraíso fiscal de España, su historia

ANDORRA El paraíso fiscal de España, su historia

ANDORRA El paraíso fiscal de España, su historia
La tradición atribuye los orígenes de Andorra a Carlomagno, que liberó la región de la ocupación musulmana en el año 803 d.C. y su hijo, Ludovico Pío, concedió a los habitantes un estatuto de independencia. 
El primer documento existente donde aparece el nombre de Andorra se trata de una orden del año 843 que redactó Carlos II, nieto de Carlomagno, y en el que cedía los valles de Andorra a Sunifredo, conde de Urgell, de la cercana ciudad española de La Seu d'Urgell. 
El acta de Consagración de la catedral de La Seu, que data aproximadamente del año 860, incluía la pertenencia de las parroquias andorranas al territorio dominado por el conde. A partir del siglo XII los valles de Andorra se convirtieron en una señoría episcopal bajo la tutela del obispado de Urgell.
Los primeros documentos constitucionales del país, los pariatges (acuerdos entre iguales), se redactaron en 1278 y 1288, mediante los cuales se solucionaban las diferencias entre la iglesia de Urgell y la casa de Foix (que más tarde sería absorbida por la Casa Real de Francia). Estos acuerdos, con los que tanto el obispado como los condes aceptaron compartir la soberanía andorrana, han constituido la base del gobierno de Andorra hasta la actualidad y se encuentran entre los documentos más antiguos de ese tipo aún en vigor.
El característico equilibrio político creado por este acuerdo libró al país de ser absorbido por sus poderosos vecinos, a pesar de las periódicas tensiones que se producían entre los copríncipes y los poderes que éstos representaban. 
Tras la Revolución Francesa, Francia, como heredera de los territorios y de las prerrogativas del conde de Foix, renunció a todos los derechos feudales sobre Andorra, pero Napoleón, por petición expresa de los andorranos ya que temían la hegemonía española, volvió a aceptar la soberanía en 1806.
Su catalogación de paraíso fiscal surgió a partir del contrabando de productos franceses hacia España durante la guerra civil española, y de productos españoles hacia Francia durante la II Guerra Mundial. 
Andorra conservó su neutralidad durante las dos guerras mundiales y la contienda española.
En marzo de 1993, sus ciudadanos aprobaron la primera Constitución andorrana, convirtiendo el país en un coprincipado parlamentario de derecho, democrático y social; también se mantuvo la función de los copríncipes francés y español como jefes de Estado conjuntos con poderes mucho más reducidos. 
En julio de 1994 Andorra ingresó en el Consejo de Europa y en la ONU.
Andorra se ha convertido en un centro de ski y de compras libres de impuestos. Estas actividades aparte de traer bienestar, negocios extranjeros y alrededor de 11 millones de visitantes al año, acarrean un desarrollo sin miramientos y varios kilómetros de atascos a ambos lados de la frontera.


viernes, 24 de noviembre de 2017

CAMPO DE PRISIONEROS DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA "Las Bruscas" LUEGO "Santa Elena"

CAMPO DE PRISIONEROS DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA "Las Bruscas" LUEGO "Santa Elena"

CAMPO DE PRISIONEROS DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA "Las Bruscas" LUEGO "Santa Elena"

Juan M. de Pueyrredón 

Hasta los comienzos del siglo XIX el río Salado fue el límite entre la civilización y los salvajes.  Con más o menos tolerancia y belicosidad, aquello se respetaba.  Eso sí, con una excepción.  Era ésta el establecimiento de los jesuitas, al sur, precisamente en el que sería denominado más tarde “Rincón de López”.  Posiblemente, “las primeras carretas que con sus enormes ruedas marcaron huellones en el lecho del Salado fueron las de los padres misioneros que, en 1742, fundaron la reducción de la Concepción de las Pampas…”.  Pusieron los jesuitas en la empresa su habitual celo civilizador.  No serían más bravos estos indígenas sureños que los que domeñaron y adiestraron en artes y oficios allá en el norte…  Más, no debió acontecer así, pues enana carta del obispo de Buenos Aires, fray José de Peralta, se dice que éstos de la otra banda del Saladillo “tienen muy poca obediencia a los misioneros y sin temor se han salido del pueblo llevándose mujeres en continuación de su libertinaje, y que entre los que se mantienen en el pueblo se traban de ordinario querellas…”.  Lo cierto es que, más allá del Salado, todo era dominio de salvajes, huidos de la justicia y malandrines.  No faltan los historiadores que anotan que “el establecimiento de estas reducciones, respondía, además, a un plan de observación y espionaje que, sin despertar sospechas, podían llevar los padres ante las autoridades de Buenos Aires, transmitiéndoles los movimientos y preparativos de la indiada, bien visibles en aquellas soledades”.

Expulsados los jesuitas, y evacuada la misión quedaron aquellos campos sureños abandonados.  Fue, teniendo en cuenta su carácter de realengos, como se desprende de un posterior “reglamento provisional” que determinaba las condiciones bajo las cuales el Gobierno otorgaría suertes de estancias al sur del río Salado, que muchos estancieros arriesgados decidieron establecerse en ellos.  Sus sucesores, en más de una oportunidad, los encontramos consignados en los planos catastrales contemporáneos.

La antigua cartografía jesuítica, entre otros, los mapas del padre Cardiel y, en particular, el de Falkner de mediados del siglo XVIII, en el lugar aproximado correspondiente a Las Bruscas, ubica en el grado 36, a la misión de la Concepción. Pero sin remontarnos tan hacia el pasado, recordemos aquí la Carta del trayecto de Buenos Aires a Valparaíso, trazada en 1810, por los españoles Espinoza y Bauzá, que la ubica también a la misma altura.  Esta situación es confirmada años más tarde, en 1825, por la carta de John Miers, el cual lo hace en forma más nítida, rompiendo el recuadro, al pie, a la derecha, exactamente sobre el paralelo 36, a 57º 2’, del meridiano de Greenwich, aunque ya con la denominación de Santa Elena, según designio del Supremo Gobierno, del 26 de noviembre de 1817.

Las Bruscas

El “depósito” o campo de prisioneros de “Las Bruscas” se hallaba establecido en los aledaños de la laguna de los Pingos, debajo de la cual en el mapa de Bacle, de 1830, ya figura la población de Dolores, y, un poco más hacia el sur, los famosos montes del Tordillo, refugio de cuanto bandolero escapaba de la civilización.

Para llegar a Las Bruscas, desde Chascomús, había que seguir por el camino que cruzaba el Salado en el paso llamado de la Reducción.  De su existencia pormenorizada nos da prueba el esquema reproducido por Adolfo Carranza en la Ilustración Histórica Argentina (Nº 19, Tomo II, página. 193) titulado: “Nueva Población de Santa Elena, depósito de prisioneros” sacado el 1º de enero de 1819.

En ese esquemático plano, no por tosco en el trazo menos interesante, se presenta un rudimentario poblado, rodeado por las lagunas que, en las temporadas nefastas, acrecentándose, lo convertían en un aislado islote.  No faltan en esta pieza, singularmente documental, las menciones correspondientes a la Capilla, Campo Santo, Casas de los administradores, almacén, presidio y hasta pulpería.

¿Por qué Las Bruscas?  Ansay nos los dice: “era un bruscal, campo abundante en brusquillas, arbusto duro y con espinas bravas, rechazado por los animales, con bayas como cerezas, particularizado por entrar rápidamente en combustión.  Aseguraba la gente de aquellos lugares que era la cocción de sus raíces buena para la sangre”.

El lugar, en la época, no podía adaptarse más a su cruel destino de campo de concentración de prisioneros.  Estaba en la linde de la jurisdicción civilizada, en las riberas del incontenido Salado de entonces, abundante en lagunas de escasa profundidad, con vegetación acuática: juncos, y achiras, “aguas tendidas” y traidores guadanales.  Río de engañoso cauce, que se ensanchaba como un mar con las grandes lluvias y los golpes de marea del Samborombón, impracticable para la navegación (hubo en 1857 una alocada intentona de la que da amena y versada cuenta el historiador Carlos A. Moncaut), colmado de sedimentos, con el azulado barro de sus cangrejales, y escasos pasos seguros, uno de los cuales era, precisamente, el de La Postrera, la estancia predilecta de Felicitas Guerrero de Alzaga.

Empero, como veremos, la seguridad y el aislamiento de los confinados eran relativos.  La temeridad, la suicida sed de liberación, el soborno a los milicos encargados de la custodia, la desesperación, más de una vez, tentó a los prisioneros realistas, cobrándoles su osadía con la vida o las crueles represalias tomadas con los inocentes sorteados que se resignaban a permanecer en Las Bruscas.  Pues que, por cada evadido, se sorteaba un confinado, al cual se le engrillaba y remitía sin dilación a la lejana prisión de Buenos Aires.  Y se daba el caso de que, siendo los jóvenes los más resueltos y temerarios, los que purgaban eran los militares más ancianos, de mayor graduación e impedimento físico.

Para ubicar al lector contemporáneo en el lugar de Las Bruscas o de Santa Elena, ateniéndonos a las informaciones que suministra el plano catastral del partido de Dolores, levantado por la Dirección de Geodesia provincial, para el año 1948, consignaremos que estaban al NNO de la ciudad de Dolores, a unos tres kilómetros de la misma y algo menos de las vías del Ferrocarril Roca en su ruta a la Parada Kilómetro 212, en campos de R. García Fernández, desprendidos del entonces perteneciente a José A. Barbosa.  Por el lugar pasaba en días más cercanos el camino de Dolores a Rauch, empinándose unas varas al salir de Las Bruscas, para meterse entre las lagunas de los Dos Talas, la del Medio y del Aguadero, zonas aguanosas y bajas que utilizan en el presente la salida del Canal número 9.

El gobierno directorial, antes de que se pusiera en marcha la columna de prisioneros en la cual formaba Ansay, había tomado algunas providencias.  En primer lugar, atentas las solicitudes de otorgamiento de tierras realengas ubicadas al sur del Salado –muchas de aquéllas de las que, en 1767, torpemente se había desalojado a los jesuitas-, el 25 de enero de 1816, reglamentó el otorgamiento de suertes de estancias.  El propósito aparente fue el de colonizar y terminar, ¡claro que a costa del esfuerzo y el denuedo de algunos estancieros!, con los vagos, desertores, prostitutas y holgazanes guarecidos en los montes del Tordillo, así como darle formalidad a la entrega de otras tierras más valiosas a cambio de unos reales.  Pero, éste no es asunto de tocar aquí.

Lo que se ve sí, es que el recaudo de los prisioneros realistas comenzaba a convertirse en un agudo problema.  Extensas y minuciosas fueron las instrucciones que, ya establecido el Directorio de Pueyrredón, el 28 de marzo de 1817, recibió el teniente coronel Juan Navarro, “para que arregle a ellas su conducta en el desempeño de la Comisaría de prisioneros”… por de pronto, se daba por sentado que la guardia de Chascomús era el punto donde estaban concentrados y desde el que se les distribuía, ordenándoseles militarmente por compañías.  Serían ellos los que construyeran sus moradas con los materiales obtenidos en las inmediaciones.  No se apartarían más de una legua descentro de reunión.  El alimento lo suministraría el comandante militar respectivo. (1)  Siempre que los trabajos públicos lo exigieran, se atenderían con prisioneros, con excepción de los jefes y oficiales.  También, bajo fianza, podían facilitarse a los vecinos para las tareas rurales.  Por fin, y esto es de interés: el Comisario cuidaría de tener prisioneros espías que advirtieran sobre los conceptos, planes, etc. de los prisioneros.

El 11 de junio salió la columna de Luján.  Hasta la estancia de Julián Martínez de Carmona, distante aún cinco leguas de las riberas del Salado, los prisioneros habían marchado unas setenta leguas.  Todavía les faltaban dos más para alcanzar su mortífero destino.  Era una zona lacustre, plagada de interminables ciénagas, cañadas y cañadones con fondo legamoso y traidor.  Estas chacras procedían y a su vez alimentaban las lagunas de dilatado espejo que, unificándose en los períodos lluviosos del invierno, le daban a la vastísima región el aspecto de un mar.

Aquellos tembladerales, cubiertos por las aguas que no se habían retirado aún, engullían a los animales hasta las verijas. En otros lugares, los pajonales altos impedían el fácil galopar de los caballos.

Llegada de Ansay al “Depósito”

El 22 de setiembre llegó Ansay al “bruscal depósito”, como él lo denomina.  Allí comenzó otra etapa de penurias, privaciones y, naturalmente, un pertinaz anhelo de problemáticas y siempre riesgosas fugas.

Pese a su edad y achaques, imitando a los que habían llegado antes, levantó su rancho, transportando él mismo los palos, cortando las pajas en las lagunas.  La ración de carne que les asignaban era ínfima.  Hubo que pensar en obtener algo de aquella tierra aguanosa; cavar, rellenar, trazar surcos.  La leña combustible estaba como a dos leguas.  La conducían a cuestas, pasando hasta once charcas con el agua arriba de la cintura.

El gobierno directorial, por una orden del 28 de agosto, antes del arribo de Faustino de Ansay, como hemos dicho, había dispuesto el suministro de las reses para la alimentación de los presos españoles.  Pero, sus compatriotas no parecían mostrarse muy pródigos o, quizá, los funcionarios de la custodia, se quedaban con la parte del león… o de la hiena, que por tales tenían los realistas a Juan Navarro y su segundo Saturnino Saraza.  Además, protestar, ¿para qué?.

En varias oportunidades lo hicieron, con respetuosos términos, alegando elementales razones de humanidad, apelando al derecho de gentes, a la buena fe que presumiblemente se pone en los tratados, al derecho internacional que establece que la cautividad de los prisioneros de guerra no constituye un castigo ni un acto de venganza.  Se dirigieron al flamante y soberano Congreso, al Director Supremo, al Cabildo, y hasta el comandante de la corbeta británica “Termefant”, en sendas y conmovedoras notas fechadas el 1º de noviembre de 1817.  La callada fue por respuesta.

En octubre de 1817, un acuerdo del gobierno de Pueyrredón decidió cambiar la denominación de Las Bruscas por la de Santa Elena, “quedando enteramente abolido aquél por el primer nombre”, especificaba el ministro Tagle.  Las dotes mefistofélicas con que el historiador López lo retrata llevan a pensar en el humor negro que el atildado y lúgubre personaje volcó al recordarles a los prisioneros realistas, con aquella designación de Santa Elena (Napoleón estaba en el islote atlántico desde el 17 de octubre de 1815….), al maligno conquistador que tantos estragos ocasionó en la Península.

Todavía, el 26 de mayo del año siguiente, en nombre de los 638 relegados que parecían hambre y miserias en las antiguas Bruscas, se renovó otra presentación, dirigida a Pueyrredón: se morían materialmente de hambre y otro terrible invierno se les venía encima.  El papel debió perderse entre la hojarasca administrativa.  Eran muchas las inquietudes que provocaba en Europa el intrigante y calumniador Manuel Sarratea y otros que tales, con una posible conspiración contra el Director Pueyrredón.  Por otra parte, el general San Martín había llegado a Buenos Aires el 17 de mayo, para recibir, como anota Mitre, “por primera y última vez en los fastos de la Nación Argentina el reconocimiento por sus servicios que con tanto honor del nombre americano merecía”.

Reducidos los realistas de Las Bruscas a una situación tan afligente, más parecía que lo que se procuraba era exterminarlos.  Era la guerra en toda su brutalidad.  Otro tanto acontecía con los patriotas y entre los mismos patriotas. No se podía olvidar la servicia de Nieto en el Alto Perú.  En aquellos mismos días, los hermanos Carrera habían pagado por igual un cruento tributo.  Era el signo del tiempo.

En la relación de aquellos plañideros escritos había colaborado Ansay, que ya tenía larga experiencia en tales gajes del oficio militar.  Las listas de prisioneros se conservan en el Archivo de la Nación.  De todos ellos queremos mencionar uno solo: Andrés González del Solar, oficial español en el Perú, prisionero en la fortaleza del Callao, fue relegado a Chiloé, pasado finalmente a Las Bruscas.  Lo liberó el gobernador general Rodríguez y se estableció con un comercio en Buenos Aires.  En 1833 se casó con Margarita de la Puente.  Padre del injustamente olvidado poeta autor del laureado Canto a Cristóbal Colón, lo fue también de Carolina, la esposa del autor de Martín Fierro.

Allá por marzo de 1818, diríamos, por puro formulismo, llegó a Las Bruscas un comisario en tren de investigador.  Con aspavientos e ínfulas inició los interrogatorios.  Navarro y su gente salieron al paso, alegando que los realistas eran unos rebeldes que no tramaban más que fugas y estaban en una permanente insubordinación.  El resultado fue castigar a los prisioneros sentenciándolos por sorteo para llevarlos a presidio.  Ansay, como todos, metió su mano en el botijo, y salió libre, pero cinco infelices tuvieron la “suerte” de ser transferidos a la cárcel de Buenos Aires.  En la Capital, acollarados y engrillados, siendo objeto de la befa del populacho, debieron trabajar en las calles o en algunas obras públicas.  Fueron precisamente prisioneros de guerra españoles los que demolieron la vieja plaza de toros y levantaron los muros del cuartel del Retiro.

En agosto del mismo año agregaron 44 oficiales prisioneros, provenientes de la batalla de Maipú.  Con tantas calamidades, algunos realistas se fugaron dirigiéndose nada menos que a Valdivia, a través de 400 leguas, atravesando pampas y montañas, desafiando a los indios.  Unos llegaron al cabo de un año.  La fuga se compensó con el consabido sorteo.

Pero, la tropa que custodiaba el Depósito no cobraba sus sueldos con regularidad.  De tal manera, unas veces, por unas monedas, favorecían las fugas.  En otras oportunidades pasaban cartas y traían noticias.  También, aparentaban favorecer, ¡y delataban!  Faustino de Ansay, con muchas dificultades, logró que su leal amistad residente en Buenos Aires, intercediera para que se le dejaran curarse en un hospital, ofreciendo una no despreciable fianza de ocho mil duros.  “No hay lugar”, fue la respuesta; y, de  palabra, se le reiteró que era en vano presentarse, pues no merecía ninguna gracia del gobierno, pudiendo estar contento de que no le hubieran quitado la vida.

Otra vez, los blandengues fueron relevados por un destacamento de negros.  “Aquellos bárbaros –dice- al verse en el estado de libres, con las alas que les daban, se insolentaban, nos robaban cuanto teníamos en las huertas, diciéndonos pícaros, ladrones, godos, gallegos…  Ahora mandamos los negros a los blancos…”.  Y los apaleaban.

Con el desquicio institucional del año 1819, arreciaron las fugas y, por consiguiente, los injustos sorteos.  Así, el capitán de caballería Pedro Abarca, de 70 años, purgó la fuga de un simple recluta.  Los encargados del Depósito pensaron en algo más severo: fusilar a los sorteados, para ponerse a salvo de toda responsabilidad.

Las órdenes y las contraórdenes llegaban diariamente al nefasto lugar.  Para el 4 de marzo se dispuso volverlos a todos a Mendoza y San Luis.  Mil milicianos gauchos los escoltaban.  Tuvieron que abandonar sus ranchos e improvisados bienes y obedecer.  No habían avanzado más que una legua cuando cundió la especie de que serían todos degollados en cuanto llegaran al Salado.  Afortunadamente en lo más álgido del pánico, llegó la contraorden de regresar a Las Bruscas, donde encontraron la población casi en ruinas.  Al parecer, algunos jefes patriotas habían solicitado al gobierno que no tolerara tales atentados, recelosos de las represalias que provocarían, particularmente después del tremendo episodio de San Luis, donde los oficiales realistas capturados en la batalla de Maipú armaron un motín con un trágico saldo.

Fuga del coronel Faustino Ansay

Faustino de Ansay, el tozudo hijo de Zaragoza, no cejaba en sus proyectos de fuga.  Una, dos, tres veces lo intentó.  Sus camaradas iban escapando y él quedaba.  Por fin, aquella invariable amistad radicada en Buenos Aires, aprovechando un cambio de autoridades, insistió nuevamente.  El 24 de mayo llegó la anhelada orden de que pasara a la Capital para remediar sus males.

Recién entonces dejó el Depósito de Santa Elena, aquel infernal bruscal, donde padeció dos años, once meses y veinticinco días.  Como hemos dicho, Ansay, minucioso contable, no perdonaba un día a sus penurias.

Ya lo tenemos al coronel camino a Buenos Aires.  Llega en mal momento para la Revolución.  Oportunidad propicia para él.  Con centinela a la vista, lo internan en el hospital.  Se encuentra realmente enfermo; pero, con males y fiebres, su obsesión es la de fugarse.  En realidad, todos lo hacen.  Con unos y con otros, Ansay urde posibles escapatorias.  A veces se burlan de él y le pelean los pocos cuartos que le respetan.

Una noche, finalmente, lo consigue.  Acude a refugiarse en casa de “una señora, donde le dan una habitación con todo disimulo”.  El marido había salido para Montevideo.  Treinta y tres días vive allí oculto.  Como siempre, lleva bien la cuenta.

En tanto, ¿qué ocurre?  La ciudad está envuelta por el desquicio político y administrativo.  Se vive materialmente en un infierno.  Alvear, Pagola, mil ambiciosos más que han trocado el sano patriotismo por el asqueante y pernicioso apetito del poder.  Es la cuota inevitable de todos los movimientos populares.  Buenos Aires se ha convertido en el refugio de la pobre gente de las asoladas campañas.  ¿Quién, entonces, va a reparar en el envejecido y astroso fugitivo que es el coronel Faustino Ansay?

Como bestias arrean por las calles a los prisioneros.  Ya no son solo godos.  Las mujeres pernoctan en los templos. Algunas paran en los conventos, como la esposa de Tomás O’Gorman, que dio a luz de urgencia e la celda del fraile Francisco Castañeda.  Para colmo de males, el 19 de agosto, un terrible temporal empuja al río más arriba de las barrancas, destrozando innumerables embarcaciones, arrasando humildes viviendas.

¿Cómo no afanarse entonces en lograr la salvación tan anhelada?  El 1º de octubre se halla la ciudad en revolución. Tocan generala.  Ansay aprovecha.  Paga la complicidad con las últimas monedas de oro que su amistad le ha hecho llegar.  Tal es su confusión que, en medio de la noche, se equivoca y acude, en demanda de refugio, tan luego a la casa de Agrelo, “el más cruel de los insurgentes”, dirá luego.  Pero se salva porque el escabroso personaje anda, a su vez, conspirando.

La casa que el buscaba estaba dos puertas más adelante.  Para evitar suspicacias, dejémosle a él que evoque algún pormenor de sus felices días mendocinos:

“Llamo –dice-, y a pesar de que estaban dormidos por la jarana de la noche (sic),me respondieron, y por no decir mi nombre, repliqué, ¿quién tuviera sus cuidados?.  Me conoce la señora en el eco.  No espera a sus criados, me abre la puerta aún estando en paños menores.  ¡Qué acción generosa!  Se viste, deja a su marido que aún está en cama, y cual otra madre tierna que ve a su hijo, que hace tiempo estaba ausente me recibe, llama a los criados, manda hacer té, y le relaciono lo ocurrido en estos días.  El hacer bien nunca se pierde.  Así me sucedió a mí.  En enero de 1810 pasó esta señora por Mendoza, y por esta causa le franqueé algún dinero para muebles y poner casa aquí, y agradecida me recoge y me sirve en gran manera”.

Ahora podemos abreviar.  El día 4 hay luchas en las calles.  Nada más que en la Plaza, 500 muertos.  Pero, al parecer, ya está afirmado el gobernador Rodríguez.  El 9, día de la Virgen del Pilar, patrona tutelar de Aragón, le confirman al impaciente coronel la posibilidad de fugarse en la lancha de un esforzado y leal gallego.  Lo hace por el Riachuelo.  Con viento favorable, más no sin dificultades.  Por fin, el 14 está a la vista de la Colonia del Sacramento.  El jefe militar portugués lo recibe con benignidad y honores.  Dos días después zarpa de Montevideo, “dando gracias al Poderoso porque ya podrá respirar libremente después de miserias, trabajos y calamidades sufridas en 10 años, 5 meses y 13 días”. El siempre habría de llevar la cuenta.

Aquí podemos poner fin a las  infinitas y peregrinas ocurrencias del coronel Faustino Ansay.  Anotemos algo más para que el relato de sus padecimientos no quede trunco.  En Montevideo estuvo hasta el 24 de enero de 1821.  El 7 de febrero, fue a Río de Janeiro.  Restablecido y con recursos que le facilitó el embajador de España, levó anclas el 6 de junio para Europa.  Con 83 días de navegación, alcanzó Lisboa el 28 de agosto.  El 26 de enero de 1822 llegó a Sevilla.  Tuvo complicaciones de índole administrativa.

Este coronel con alma de contable parece que no se daba por enterado de que aquellos no eran tiempos para cálculos rigurosos ni de días ni de duros.  Obtuvo una foja con 43 años de servicios y quince días, ni más ni menos.  Visitó Madrid, ya más tranquilo.  Y, el 23 de octubre regresó a su Zaragoza siempre añorada, a las 4 de la tarde.  Vio que también allí la guerra había pasado dejando sus tremendas huellas.

Parece que, posteriormente, complicado en algunos pleitos políticos de su país, debió exiliarse en París y en Londres. Faustino Ansay tendría muchas cosas para contar en su vejez.  Sobre todo, su estadía en ese lugar que, sin exageración, podemos llamar “el campo de concentración criollo”.

Referencia

(1) Más tarde, el 28 de agosto de ese mismo año, se estableció que el comisario Navarro estaba facultado para obtener de los hacendados europeos las reses necesarias para el consumo del Depósito, conforme con el ganado que aquéllos tuvieran.  En Chascomús, de tres ganaderos realistas, el más fuerte, con 9.000 cabezas, era Manuel Martín de la Calleja, que debió aportar 900 animales por año.

Fuente
Ansay, Faustino – Relación de los Acontecimientos ocurridos en la ciudad de Mendoza en los meses de junio y julio de 1810.
Danero, E. M. S. – Las Bruscas, Campo de Concentración Criollo”
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar
Todo es Historia, Año III, Nº 25, Mayo de 1969.
ww.revisionistas.com.ar

Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar



domingo, 19 de noviembre de 2017

TILINGOS Por Arturo Jauretche

TILINGOS Por Arturo Jauretche

TILINGOS Por Arturo Jauretche
[Revista Confirmado, junio 1966]
CONFIRMADO me propuso este tema. Pensé entonces que era la oportunidad para ofrecer una respuesta, entre las muchas que pueden articularse, a un interrogante que plantea José Luis de Imaz en Los que mandan; "¿Por qué, no obstante su peso económico, su rol en la modernización, y haber sido innovadores tecnológicos, los empresarios no pesan en la vida del país?".
O pesan al revés. Este es el caso de ciertos tipos de grupos económicos capitalistas, adscriptos a la política de la Sociedad Rural, ya consolidados dentro del viejo sistema agro-importador, que prefieren un mercado interno pobre en condiciones de monopolio a un mercado en crecimiento en condiciones de competencia, como los que apoyaron la política de contención del progreso en las Juntas Reguladoras de la Década Infame. Sólo que éstos sí saben lo que quieren.

Pero no voy a hablar de economía, sino del tema propuesto; de la forma en que la tilinguería impone sus pautas, y cómo ellas están perturbando el desarrollo de la inteligencia nacional y sus impulsos creadores.

Y ésta es cosa de que debe tomar cuenta también el político militante, si es que no sabe que el comité ha muerto definitivamente. Porque los estados de opinión, entre los cuales tiene importancia fundamental el slogan que surge de la cuestión de los status, pesan mucho más que una recluta que sólo vale para las elecciones internas.

En el Espasa Calpe se lee tilingo: "Argentinismo: Insustancial, ligero, que habla muchas tonterías". Segovia, en su Diccionario de Argentinismo", expresa: "Dícese de la persona simple y ligera que suele hablar muchas tonterías".

Los paisanos, de un tipo así, dicen; "Hombre sin fundamento".

Que un tipo que no produce diga, en una reunión de tipos que no producen, que no producen los únicos que producen algo, es tilinguería. En esto de producir, tenemos muchos productores rurales por el estilo que creen que la condición de productor la da la propiedad de una estancia, unos breeches y unas botas de polo, que viven en la ciudad -"porque mi señora dice que hay que educar a los chicos"- y dan una vuelta por el campo cada quince días. Productores rurales son los que trabajan y producen en el campo, que pueden ser patrones o peones, pero no los que no intervienen en la producción sino como propietarios, y que son rentistas aunque no arrienden. Estos también son de los que dicen que los "obreros" no producen. Y ya no desde la posición marginal del tipo del portafolio, sino empinándose como "fuerza viva" sobre la que descansa la economía del país.
Don Hipólito -desde luego, Yrigoyen es el Hipólito por antonomasia- decía "palangana". Supongo a esta expresión tradicional y fundada en la poca cosa y mucho ruido de la enlosada al caer retumbante.

Usted lo conoce al tilingo. Y si no lo conoce, ahí lo tiene al lado, en esta mesa de un café céntrico donde se han sentado cuatro o cinco tipos con portafolios.
Algún día habrá que escribir la historia del hombre del portafolio. Hubo la etapa de la posguerra con los "ingenieri" italianos recién llegados que escondían bajo el cuero -con una sugestión de planos y patentes de invención- el sandwich de milanesa del almuerzo. Ahora es posible que el portafolio contenga la cuarenta y cinco persuasiva, o la concluyente tartamuda portátil.

Pero esos que están en la mesa de al lado sólo llevan allí sueños, proyectos, hipotéticas transacciones. Andan a la búsqueda de enganchar algo, intermediar en alguna operación cualquiera para ganar una comisión, y muchas veces intermediando entre intermediarios. Generalmente se ayudan con el teléfono de un amigo que tiene escritorio y al que han pedido permiso para que les "dejen dicho". Ese teléfono, la mesa del café y el portafolio constituyen su establecimiento comercial.

Mientras llega "el asunto*', hablan de fútbol, de carreras, de política, de economía.

Cuando tocan estos dos temas últimos, nunca faltará quien diga: "Lo que pasa es que los obreros no producen". Ahí está el tilingo.
No se le ha ocurrido averiguar qué es lo que él produce y qué producen todos ellos, puntas sueltas, mallas erradas en la enorme red de intermediación que es Buenos Aires.
La tilinguería racista no es de ahora y tiene la tradición histórica de todo el liberalismo. Su padre más conocido es Sarmiento, y ese racismo está contenido implícitamente en el pueril dilema de "civilización y barbarie". Todo lo respetable es del Norte de Europa, y lo intolerable, español o americano, mayormente si mestizo. De allí la imagen del mundo distribuido por la enseñanza y todos los medios de formación de la inteligencia que han manejado la superestructura cultural del país.Inevitablemente, éstos y otros representantes de la tilinguería son los que, ante la menor dificultad, califican al país: "Este país . de m...", colocándose fuera del mistao a los efectos de la adjetivación. Y la verdad es que el país lo único que tiene de eso son ellos: los tilingos.

EL racismo es otra forma frecuente de la tilinguería.
Recuerdo que cuando cayó Frondizi, uno de esos tilingos racistas me dijo, en medio de su euforia:
-¡Por fin cayó el italiano! Se quedó un poco perplejo cuando yo le contesté:
-¡Sí!, lo volteó Poggi.
Muchos estábamos enfrentados a Frondizi; pero es bueno que no nos confundan con estos otros que al margen de la realidad argentina, tan italiana en el presidente como en el general que lo volteó, sólo se guiaban por los esquemas de su tilinguería.

Ernesto Sábato, con buen humor, pero tal vez respirando por la herida, ha dicho en Sobre héroes y tumbas más o menos lo siguiente: "Más vale descender de un chanchero de Bayona llamado Vignau, que de un profesor de filosofía napolitano". La cita me chocó en mi trasfondo tilingo (fui a la misma escuela y leí la misma literatura) porque tengo una abuela bearnesa también Vignau, tal vez más que por lo de Bayona, por lo de chanchero (vuelvo a recordar que fui a la misma escuela, etcétera).

La verdad que ni el presidente ni el general son italianos. Simplemente son argentinos de esta Argentina real que los liberales apuraron cortando las raíces.

Pero la idea liberal o sarmientina no era ésa. Ella tenía, y tiene, una escala de valores raciales que se identifican por los apellidos cuando son extranjeros. Arriba están los nórdicos -con escandinavos, anglosajones y germánicos-; después siguen los franceses; y después los bearneses y los vascos; más abajo los españoles y los italianos, y al último, muy lejos, los turcos y los judíos. Cuando yo era chiquilín nunca oí nombrar a un inglés -que generalmente era irlandés, pero la diferencia era muy sutil para entonces- sin decir "Don", aunque estuviera "mamao hasta las patas". El francés, a veces, ligaba el Don; y en ocasiones, el vasco. Jamás el español, que era "gallego de...", lo mismo que el italiano "gringo de...". ¡Para qué hablar del turco y del ruso.'

En La condición del extranjero en América, Sarmiento parece revisar sus tesis sobre la inmigración. Pero no nos engañemos: se sintió defraudado por la misma porque vino del Mediodía de Europa. El hubiera querido una inmigración de arquetipos, y los arquetipos son los que estaban en lo alto de su escalera antiamericana y antiespañola.

Afortunadamente fracasó, y eso es lo que nos ha salvado como nación. En algún lugar he recordado las palabras de Hornero Manzi cuando me dijo:
-Lo que nos ha salvado es la actitud del italiano y el turco, que en lugar de proponerse como arquetipos, propusieron como tal al gaucho; así, en el ridículo del cocoliche se nacionalizaron en lugar de desnacionalizarnos.
Sólo falta imaginar lo que hubiera ocurrido si las pampas y las aldeas se hubieran poblado de los ejemplares arquetipos deseados por ese racismo, con la actitud de obsecuencia de las generaciones liberales para todo lo foráneo.
Ya se ha dicho que esa tilinguería racista viene de lejos.
Pero se acentúa cuando se producen cambios sociales. Entonces, la tilinguería se exacerba en una peyorativa actitud racista. Pasó con el acceso al poder del radicalismo. Los tilingos de entonces cargaron el acento sobre los apellidos italianos de la nueva promoción política suscitada con el ascenso de la clase media: la pequeña burguesía inmigratoria y los doctores de primera napa nacional.

La oposición conservadora adoptó un aire peyorativo que se tradujo en toda una literatura política, que fue del periódico -La Mañana y La Fronda, sucesivamente, fueron sus expresiones más calificadas- hasta el discurso parlamentario. Se jugaba, por ejemplo, con la equívoca significación de algunos apellidos; así, la triple fórmula Coulom-Coulin-Culacciatti, que integraba, con la igual finalidad peyorativa hacia los criollos desconocidos, don Julio del C. Moreno -un personaje riojano- completaba el ridículo en la imagen anal. Hasta cuando el apellido era patricio se lo modificaba para ponerlo a tono: así, padeciendo Yrigoyen de un posible mal de las vías urinarias, el doctor Meabe, su médico de cabecera, se convertía en el doctor Meabene para adecuarlo a la cita siguiente que era la de un correligionario de la 3a Don Plácido Meo.


En realidad, para los que lo escribían no se trataba de otra cosa que de un recurso humorístico. Pero para el tilingo de entonces el fundamento más real, el que más invocaba, el que más jugaba, era ese de los "gringos", Y lo de "gringos" sólo jugaba para los descendientes de inmigrantes provenientes del Mediodía de Europa. No para los otros.

Pasó mucha agua bajo los puentes, y vino otro movimiento multitudinario: el de 1945. Ya los gringos se habían incorporado y su presencia política no lesionaba a la tilinguería, no sé si es porque de las nuevas promociones ascendentes habían salido también promociones de tilingos. Sólo así puede explicarse que un hijo de italianos -Sammartino- haya hablado despectivamente de los "negros" al referirse al "aluvión zoológico", en una caracterización evidentemente racial y peyorativa, cuando aún estaba fresca la tinta que lo había calificado a él también peyorativamente.

Que "el gringuito" de unos pocos años atrás se sienta vieja clase frente a los descendientes de los conquistadores en la confrontación de sus apellidos no revela simplemente que "el gringuito" se ha incorporado a la tilinguería. Lo grave es que se ha frustrado como guarango. Y la guaranguería es la espontaneidad de las nuevas clases, de las promociones que irrumpen con cada ascenso de la sociedad, porque los dos grandes movimientos populares del siglo -el de 1914-16 y el de 1943-45- han sido la expresión de eso: de ascensos masivos.

No corresponde aquí desentrañar las raíces económico-sociales de los dos hechos históricos; ni siquiera la coincidencia con las dos guerras mundiales que nos aislaron de los países arquetipos en una neutralidad intolerable para los tilingos, pero que dio las bases para una consolidación propia.

Usted puede hacer un fácil test. Yo lo he hecho.
Sé que un fulano se ha gastado 15 millones de pesos en un departamento de la Avenida del Libertador. Nos encontramos y le adivino la intención de informarme de su compra, como corresponde al guarango. Pero yo quiero saber si está frustrado como tal y lo madrugo diciéndole antes de que me dé la noticia:

-Estoy muy afligido por un amigo que se ha gastado más de 10 millones en un departamento de la Avenida del Libertador...
-¿Y por qué se aflige? -me pregunta inquieto. Le contesto:
-Y... porque la Avenida del Libertador no es "bien"...
-Pero entonces..., ¿qué es "bien"? -pregunta desesperado.
-"Bien" es de la plaza San Martín hasta la Recoleta, de Santa Fe al Bajo. Y dentro de ese radio. "bien", "muy bien", el codo aristocrático de Arroyo, como dice Mallea: Juncal, Guido, Parera. . .

Le veo en la cara al hombre que está desesperado. Y entonces, lo remato:
-La Avenida del Libertador es como tener un leopardo de tapicería sobre el respaldo del asiento trasero del coche.

El leopardo lo tiró a la vuelta. Del departamento no sé.

Pienso que lo hecho es una crueldad, pero la investigación "científica" es así... cruel como la vivisección.

Yo quería saber si el hombre era un burgués con toda la barba o un tímido burguesito en camino de terminar en tilingo. El que es verdaderamente burgués sigue adelante, cumple su gusto, se realiza con la arrogancia del vencedor y compra en la Avenida del Libertador, precisamente porque es caro, porque acredita su victoria y la prestigia ante los burgueses. Si quiere barrio, compra; y si quiere apellido y mujer distinguida, compra también. Podría citar casos. Pero no se achica, se disminuye; no se acomoda a los esquemas y limitaciones de los tilingos.

De aquí que mientras en Europa y en Estados Unidos un banquero o un industrial miran a un ganadero como un "juntabosta", aquí el ganadero lo mira por arriba del hombro al empresario. Y el empresario, que quiere ser "bien", se ve obligado a comprar estancia, a tener cabaña -así sea de perros-, porque sólo por la Rural, y tal vez por el Kennel Club, puede lograr ascenso social que apetece.

Lógicamente esta burguesía, desde que imita a la vieja clase, se somete a todas sus normas y, por consecuencia, también en política.
Ese sometimiento y esa adhesión a las viejas clases -incongruente económicamente- no sólo se ejerce verticalmente. También horizontalmente, cuando contemplamos la geografía social del país.
Así, los titulares de los intereses vitivinícolas de Cuyo y los tabacaleros, azucareros y fruticultores del Norte, que necesitan un mercado interno de alto poder de compra -es decir, que el Litoral desarrolle una política de alto nivel de vida-, están ligados políticamente a los conservadores del Litoral, gobernados por cabañeros e invernadores cuya tendencia es producir a bajo costo en un mercado de poco poder adquisitivo para cumplir la función asignada en la división internacional del trabajo como abastecedores ultramarinos de las metrópolis. Esta incongruencia es difícil de explicar, pero no son ajenos a ella el prestigio social del Litoral y la incapacidad burguesa de los del interior en los respectivos grupos patronales. Esta gente de Cuyo y del Norte es muchas veces portadora de apellidos españoles de abolengo arribeño, de mucho mayor cotización histórica que los abajeños del puerto. Pero queriendo asimilarse a la alta clase del puerto se han sometido a las normas políticas e ideológicas de los principales. De "bien" provincianos, quieren ser "bien" en la Capital. ¿Cómo extrañar entonces que los guarangos frustrados del Litoral se hagan tilingos, si la misma tilinguería la padecen muchos aristocráticos descendientes de la Conquista por el Perú?
La tilinguería cotiza una marca de vino, un tabaco, un pomelo, o una palta, muy por debajo de un toro lleno de medallas. Se entra muy bien en la alta sociedad llevando de la rienda al toro, pero es difícil mostrando una botella de vino por lujosa que sea la etiqueta, por más sugestiones de chateau que evoque, tanto en la presentación como en la exquisita calidad del producto.
A un cuarto de siglo de la entrada del país al capitalismo, debemos recordar que el capitalismo naciente en la Argentina fue ajeno en sus hombres al hecho histórico que lo provocaba, produciéndose la paradoja de que le correspondiese a la clase obrera abrir la etapa del desarrollo económico burgués. Más aún: la nueva burguesía sigue aún incapacitada para jugar su papel, y es precisamente porque en la medida que asciende, pierde conciencia de su propia realidad para hacer suya la imagen de importancia que le presenta el tilingo. Se queda en el "medio pelo" y, rechazando el triunfo burgués, se adecúa al remedo, a la imitación de la alta clase con la que cree tomar contacto cuando se acomoda a la imagen de alta sociedad que le brindan los declasados.

Hubo un tiempo en que los venidos a menos económica y socialmente se jactaban de ser un pequeño sector domiciliado en el "Palacio de los Patos" de la calle Ugarteche. Ahora se han multiplicado. desde detrás de la Recoleta hasta San Fernando, a lo largo de las vías del Central Argentino. (Lo designo así porque la nueva nominación ferroviaria es completamente tilinga, aunque la hayan hecho los guarangos, lo que prueba que, en esta materia, todos tenemos tejado de vidrio.)
Landrú ha identificado perfectamente los personajes describiendo en el "gordi" y el "mersa" la oposición tilinguería-guaranguería. El botellero próspero, con su Valiant resplandeciente, es feliz echándole soda al vino de marca, ocupando las mesas de los restaurantes caros, hablando fuerte de lo que dijo-"su señora", mientras "cena". Está en el camino de constituir una burguesía. Todavía no tiene conciencia de que constituye un sector de la sociedad correspondiente a una etapa de la economía, y no ha alcanzado a comprender la correspondencia de sus intereses personales con los intereses de su grupo. Hijo de sus aptitudes capitalistas -aunque muchas veces también más de la inflación que de su capacidad, o de equívocas actividades comerciales-, está en el camino de constituir una burguesía. Pero en el momento de definirse como burgués y adquirir la psicología correspondiente, nota el contraste de sus gustos y normas con lo que es "bien". Desde que se ha mudado al barrio Norte, desde Gerli o Quilmes, y la "señora" ha olvidado la batea deslumbrada por la máquina de lavar, ha hecho nuevos contactos que le dan la idea de una meta social que tiene que alcanzar. Comienza él también a añorar la época en que "el servicio daba gusto" y en que el obrero -el "negro"- se mantenía "donde debe estar". Olvida de inmediato que es precisamente ese cambio el padre de su prosperidad y de su posibilidad de acceso a niveles más altos. Más aún. que el mantenimiento de ese cambio y su profundización es su única garantía. Quiere dejar de ser "mersa" y sólo logra ser "gordi". E inmediatamente tiene el complejo político del "gordi", a quien comienza a imitar.

Y comienza a imitar a una imitación, tomando por modelo las malas copias. Porque la tilinguería constituida por las "gordis" no es ni remotamente la alta clase a la que cree aproximarse.

Desde la época en que los declasados se refugiaban en la calle Ugarteche, todo el "Norte" liminar se ha llenado de falsos declasados. Se ha constituido un sector social entero que vive en la convención de que "todo tiempo pasado fue mejor" en aquella "Jauja" retrospectiva -"cuando la tía Leonor tenía Lando"-; de miles de familias que se aterran al recuerdo de un ascendiente que figuró algo en la segunda y la tercera línea de los amanuenses de la oligarquía, Descendientes de militares -un oficio generalmente despreciado por la alta clase-, de secretarios de juzgados, directores de oficinas, bancarios pueblerinos y hasta de conscriptos de Curu-malal, se han construido imaginativamente un pasado señoril que tratan de revivir en una vida forzada que absorbe casi todos sus recursos en gastos de representación.


DOLORES CACUANGO

DOLORES CACUANGO

DOLORES CACUANGO
Nació en 1881 en Cayambe, Provincia de Pichincha. Le llaman “Mama Dulu”, fue líder indígena que dedicó su vida a defender el derecho a la tierra y a la lengua quichua para su pueblo.

Nunca fue a la escuela, el español aprendió en Quito cuando trabajó como empleada doméstica. Entre sus anécdotas, se cuenta que se aprendió de memoria el Código de Trabajo y que le dijo a un ministro de Gobierno: "Vos Ministro mientes, cambias contenidos del Código de Trabajo porque estás de parte de patrones."
Formó sindicatos agrícolas en Pesillo y en comunidades cercanas. En 1944 junto a Tránsito Amaguaña y Jesús Gualavisí , un dirigente de la comunidad de Juan Montalvo, fundó la primera organización indígena del Ecuador, la Federación Ecuatoriana de Indios (FEI).

Hace más de cinco décadas, en 1945, sin reconocimiento oficial, fundó la primera escuela bilingüe (quichua-español). Luisa Gómez de la Torre, profesora del Colegio Mejía y compañera de Dolores en el Partido Comunista, respaldó su idea y entregaba a los profesores 20 sucres mensuales de su bolsillo. Las escuelas seguían los programas del Ministerio, pero también introducían elementos de la cultura indígena. Luis Catucuamba es el único sobreviviente de sus tres hijos y fue uno de los que más apoyaron a su madre en su trabajo.   

Por la presión de los terratenientes, que rechazaban la educación de los indios y del Gobierno que veía en las escuelas “focos comunistas”, la Junta Militar, en 1963, prohibió el quichua para la instrucción de los niños.

Dolores Cacuango murió en 1971, sin vislumbrar esperanza de rehacer su trabajo. Cuando el Ministerio de Educación creó la Dirección de Educación Indígena Bilingüe Intercultural en 1989, la perspectiva era otra: ahora se trataba de rescatar el quichua y la cultura indígena que estaban perdiéndose.

En 1998, la Asamblea Nacional Constituyente reconoció el derecho de las nacionalidades indígenas del Ecuador a contar con el sistema de educación intercultural bilingüe. Actualmente, la CONAIE ha decidido fortalecer la DINEIB y la educación intercultural bilingüe para que sirva a los objetivos con los que fue creada. En el Proyecto de Educación Bilingüe viene participando también la Federación de Indígenas Evangélicos (FEINE).


Actualmente la primera Escuela de Mujeres Líderes, lleva su nombre.

Citamos algunas frases de Dolores Cacuango:

"Somos como la paja de páramo que se arranca y vuelve a crecer... y de paja de páramo sembraremos el mundo"

“A natural unidos como a poncho tejido, patrón no podrá doblegar”

“Esta es la vida, un día mil muriendo, mil naciendo, mil muriendo, mil renaciendo. así es la vida”.

“Nosotros somos como los granos de quinua si estamos solos, el viento lleva lejos. Pero si estamos unidos en un costal, nada hace el viento. Bamboleará, pero no nos hará caer”

“Primero el pueblo, primero los campesinos, los indios, los negros, y mulatos. Todos son compañeros. Por todos hemos luchado sin bajar la cabeza, siempre en el mismo camino”

“Si muero, muero, pero uno siquiera ha de quedar para seguir, para continuar”

“Siempre comprendí el valor de la escuela. Por eso les mandé a mis hijos a la escuela más cercana, para que aprendan la letra”



sábado, 11 de noviembre de 2017

HISTORIA DEL TENEDOR

HISTORIA DEL TENEDOR

HISTORIA DEL TENEDOR
Aunque los orígenes parece que no están demasiado claros, la mayor parte de los documentos consultados coinciden en que el tenedor, puede tener su origen en el siglo XI, como un pincho, de un solo diente (aunque hay quienes afirman que podría haber sido de dos), que mandó fabricar una Princesa Bizantina llamada Teodora, hija del Emperador de Bizancio, Constantino Ducas.

Este utensilio, fue fabricado para poder llevarse los alimentos a la boca, sin necesidad de tener que utilizar las manos. Cuentan, algunos autores, que este "pincho" fue fabricado en oro puro.

Pero sus comienzos no fueron fáciles. Este nuevo instrumento, proveniente de Constantinopla, sufrió un rechazo generalizado, por diversos tipo de razones, aunque la principal fue por la falta de pericia de quienes lo utilizaban. Las habilidades mostradas con el tenedor por muchas personas no eran dignas de elogio. Se pinchaban la lengua, las encías, los labios ... lo utilizaban a modo de mondadientes, para rascar y hurgar ... Llego a denominarse "instrumento diabólico" por San Pedro de Damián, quien consideraba demasiado refinada la utilización del tenedor en las comidas.

La Princesa Teodora, contrae matrimonio con Doménico Selvo, hijo del Gran Duque de Venecia, y trata de imponer en la corte este nuevo utensilio, conocido como "fourchette", que viene a significar "pincho". Pero como indicamos anteriormente, la fama de refinada y sofisticada de la Princesa, no cayó en gracia a sus cortesanos y el nuevo instrumento no tuvo ningún éxito. Pero este hecho tan pionero, para la época, tendrá repercusión unos siglos más tarde, no solo en Italia, sino en todo el mundo.

Parece ser, que el Rey Enrique III, fue uno de los precursores entre los años 1.574 a 1.589, tratando de extender el uso de este utensilio en su refinada corte francesa, con alguna pequeña variante respecto del modelo original de la Princesa Teodora, pues contaba con dos dientes y un mango algo más amplio.

En el siglo XVII, y como avance a su generalización en toda Europa (finales del XVIII y principios del XIX), el descubridor y experto viajero Británico Mr. Thomas Coyat, en uno de sus viajes a Italia conoce este nuevo utensilio. En alguno de sus diarios pueden recogerse referencias a este nuevo cubierto: "Muchos italianos se sirven de un "pincho" para no tocar los alimentos, para comer los espagueti, para tomar la carne ... No es nada refinado comer con las manos, pues aseguran que no todas las personas tienen las manos limpias". Y ante el asombro de todos, Mr. Coyat, se lleva esta costumbre a la tradicional Inglaterra.
 
Por qué los italianos se asustan ante quien toca la comida con las manos? Aunque fueron pioneros en Europa, ellos comían siglos atrás como lo hacen todavía en la vieja Europa, sin que por ello faltasen a las reglas de cortesía o de etiqueta; el único instrumento válido para ingerir la comida eran las manos.
Todos ellos venían preparados (la carne troceada, incluso) para tomarse con las puntas de los dedos, sin que por ello se considerase una ofensa al buen gusto. Además se contaba con una sería de normas, como limpiarse después de cada plato los dedos, y no chupárselos. Enrique III de Francia, precursor en Europa del uso del tenedor, establece uno de los primeros códigos de buenas maneras en el que podemos encontrar lagunas normas o consejos sobre el comer con las manos: "Tomar la carne con tres dedos, sin tomar pedazos grandes que no quepan en la boca, y evitar tener demasiado tiempo las manos en el plato".
Con posterioridad a Enrique III, Carlos V de Francia, en un viaje a Venecia descubre el uso del tenedor. Pero dada su "fama" de afeminado y refinado, fue considerado un objeto cursi y de personas afeminadas.
En Europa podemos decir que su uso se generaliza a partir de finales del siglo XVIII o principios del XIX, dependiendo de los países, extendiéndose después al resto del mundo, en muchos de cuyos lugares se utilizan utensilios similares.
En España, aunque su uso se generaliza al principio del siglo XIX, se tienen algunas referencias del siglo XIV, en el que los maestros trinchadores ya utilizaban un gancho o pincho, del que se hace referencia en la obra "Arte Cisoria" de 1.423, donde el Marqués de Villena hace esta descripción: "Utensilio de tres puntas, donde la primera tiene dos, y sirve para sujetar la carne que se ha de cortar, o para la cosa que ha de tomarse". También, se cuenta que el Emperador Carlos V lo había utilizado en ciertas ocasiones, y que Felipe III, fue otro de los descubridores del tenedor en España allá por el siglo XVII.
La primera industria que comenzó a fabricar estos nuevos utensilios en España, se ubicó en Barcelona, a principios del siglo XIX.


ANTIKYTHIRA, LA PRIMERA CALCULADORA DE LA HISTORIA

ANTIKYTHIRA,  LA PRIMERA CALCULADORA DE LA HISTORIA


ANTIKYTHIRA,  LA PRIMERA CALCULADORA DE LA HISTORIA
La calculadora Antikythira, que es la primera en la historia de la humanidad, es uno de los objetos de estudio de la II Conferencia Internacional de la Tecnología de la antigua Grecia que se celebra en Atenas desde el 17 hasta el 21 de octubre.

Este complejo mecanismo, encontrado en 1901 en el lugar de un naufragio de un buque en el año 80 a.c en la isla griega de Antikythira, guarda un misterio puesto que el mecanismo de precisión que utilizaba era desconocido hasta el S.XVI a.c.

El aparato consta de una tabla diferencial rotatoria con una serie de dientes y ruedas que se entrelazaban, y que probablemente era usado por los griegos de la Antigua Grecia para dar la posición anual de las estrellas y los planetas.

En el año 1900 unos buceadores encontraron los restos de un barco de al menos 2.000 años de antigüedad, cargado de tesoros y procedente de la isla griega de Anticitera. Contenía estatuas de bronce y mármol, y es posible que estuviera viajando hacia Roma cuando naufragó (alrededor del año 65 a.C.). entre su cargamento se encontró una masa de madera y bronce. El metal estaba tan corroído que tan sólo pudo verse con dificultad que se trataba de ruedas de engranaje y escalas grabadas. Pero en 1954 Derek J. De Solía Price, de la universidad de Cambridge, pudo finalmente deducir que se trataba de un antiguo mecanismo de cálculo análogo, mucho más adelantado que todo lo que hubo en Europa por espacio de varios siglos. En realidad, cuando estaba nuevo, el mecanismo "debió de parecerse mucho a un buen reloj mecánico moderno".

El mecanismo estaba compuesto de por lo menos 20 ruedas de engranaje, apoyadas en una serie de placas de bronce, todo ello montado dentro de una caja de madera. Cuando se daba vueltas a un mango que atravesaba el lado de la caja, las manecillas se movían a velocidades diferentes sobre esferas protegidas por unas puertecillas. Las inscripciones explicaban cómo manejar el aparato y cómo interpretar lo que marcaban las esferas.

El mecanismo indicaba el movimiento de los cuerpos celestes: el Sol, la Luna y los planetas que pueden verse sin ayuda de aparatos ópticos, como Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. Señalaba sus posiciones relativas en el cielo con gran exactitud. Las manecillas indicaban también la hora.

En palabras de Price, "en ningún lugar se ha conservado nada similar a este instrumento. De ningún texto científico o alusión literaria se conoce nada comparable a esto". Continúa diciendo que "parece probable que la tradición de Anticitera formara parte de un amplio corpus de conocimientos que se perdió para nosotros, pero que conocieron los árabes", ya que siglos más tarde éstos construyeron calendarios mecánicos e inspiraron a los constructores de relojes de la Europa medieval.

Fuente: EFE / Atenas


viernes, 10 de noviembre de 2017

CARTA DE BELGRANO A SAN MARTIN Felicita por la victoria de Maipú

CARTA DE BELGRANO A SAN MARTIN Felicita por la victoria de Maipú

CARTA DE BELGRANO A SAN MARTIN Felicita por la victoria de Maipú
SAN MARTÍN le había escrito a BELGRANO dándole noticia de su victoria en los campos de Maipú.

El 20 de abril de 1818, el vencedor de Tucumán, le responde al Libertador.

En carta que ha recogido la Historia, expresa:  Excelentísimo señor: Señor: Nunca se manifiesta el sol con más brillantez y alegría que después de una tempestad furiosa. El azaroso acontecimiento del 19 de marzo, en los campos de Talca, le dio palpablemente el último grado de importancia e inmortalidad al venturoso del 5 del corriente, en los campos de Maipú, del que me habla V. E. en la suya del 8 del mismo. Al enemigo, fascinado en aquél, no se le ocurrió, por lo visto, que aun existía el general San Martín y que, capaz de transmitir su heroísmo al último de sus subalternos, haría prodigios aun con la espada al cuello. Él, sin duda, contó con que V. E. sería el primero que arrastrase su carro triunfal auxiliado de los jefes que le secundaban, pero, la copa de la felicidad jamás se concedió a un orgullo presuntuoso: encontró su ruina y su vergüenza, donde creyó dar con su gloria y exaltación. Circunscribo los plácemes que doy a V. E., a la extensión de mi característica sinceridad, ya que no se me ofrecen expresiones que los signifiquen del modo más adecuado, complaciéndome la infalibilidad, de que la nación en masa, entrando yo en parte, elevará en el centro de su corazón, el monumento de eterna gratitud que inmortalice al héroe de los Andes. Tampoco olvidará a los dignos hijos suyos, jefes, subalternos, oficiales y tropa que acompañaron a V. E. en la brillante jornada: todos son acreedores a una memoria perpetua, vivirán, como me lisonjeo, la vida eterna de la nación.
Dios guarde a V. E. muchos años.-
Tucumán, 20 de abril de 1818.

Manuel Belgrano.