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lunes, 10 de junio de 2019

MARTÍN MIGUEL DE GÜEMES


  MARTÍN MIGUEL DE GÜEMES 


  MARTÍN MIGUEL DE GÜEMES

Nació en la ciudad de Salta el 8 de febrero de 1785, siendo sus padres Gabriel de Güemes Montero, comisario de guerra y ministro general de la real hacienda de la Provincia, y María Magdalena de Goyenechea y la Corte (nacida en Jujuy e hija del general Martín Miguel de Goyenechea). Ambos progenitores del famoso caudillo estaban vinculados a las familias más respetables de Salta y de Jujuy.

Influenciado el joven Güemes por la tradición de su abuelo materno y con el beneplácito de sus padres, sentó plaza de cadete en el Regimiento “Fijo” de Buenos Aires (en una compañía que se encontraba en Salta), el 13 de febrero de 1799.  El “Fijo” bajó a Buenos Aires en 1801 y de aquí a Montevideo en 1803.  Más tarde compartió de las gloriosas jornadas de 1806 y 1807, con motivo de las invasiones inglesas, en las filas de su regimiento, ascendiendo por estos hechos a Alférez graduado, al mismo tiempo que le hacían Teniente de Milicias de Granaderos del Virrey Liniers.  En la Reconquista de la ciudad de Buenos Aires, el 12 de agosto de 1806, Güemes desempeñaba funciones de ayudante de Liniers, general en jefe de las fuerzas libertadoras.  La tradición cuenta que el combate había terminado después de dos horas de rápida acción llevada con toda energía por soldados bisoños, por el amor de la tierra en que nacieron, quebrantando el esfuerzo de expertos veteranos que habían hecho frente a los soldados de Bonaparte en San Juan de Acre.  Pueyrredón acababa de arrebatarles el estandarte del glorioso Regimiento Nº 71, y el general Beresford había rendido su espada.  Cercanas las sombras de lluviosa tarde de invierno, se reunía un grupo de jefes y oficiales al pie del asta bandera en el bastión Norte, contemplando con satisfacción el real pabellón, flameando donde hacía pocos momentos tremolaba el de la vieja Albión.  El jefe vencedor dialogaba en aquellos instantes con el jefe de la escuadrilla que había trasportado de La Colonia a las legiones reconquistadoras, Gutiérrez de la Concha.  El diálogo agitado de Liniers, apenas llegaba a herir los oídos de un joven bizarro de brillante uniforme, que inclinado desde sus años juveniles a la noble carrera de las armas, había revelado en aquellos angustiosos días una actividad y un comportamiento tan digno, que el general en jefe le había hecho quedar a su lado, en calidad de ayudante, como queda dicho; el día 11, enviado desde la plaza para informar a Liniers de la situación allí, había quedado al lado del futuro vencedor.

El diálogo entre Liniers y Gutiérrez de la Concha era producido por un buque de la escuadra de Popham, que había estado bombardeando la ciudad, el cual aparentemente estaba varado.  El jefe de la Reconquista, después de observar con el catalejo el buque de referencia, se dio vuelta al ayudante Güemes y le dijo: “Usted que siempre anda bien montado, galope por la orilla de la Alameda, que ha de encontrar a Pueyrredón, acampado a la altura de la batería Abascal y comuníquele la orden de avanzar soldados de caballería por la playa, hasta la mayor aproximación de aquel barco que resta cortado de la escuadra en fuga”.

Güemes con la velocidad del relámpago trasmitió a Pueyrredón la orden de Liniers y más rápidos aún, los húsares de aquel Jefe, se apresuraron a arrojarse al río con el agua hasta el encuentro de sus cabalgaduras, y rompían el fuego de sus tercerolas sobre el buque varado, cuyo comandante comprendiendo la gravedad de su situación, hizo señales desde el alcázar con un paño blanco, anunciando su rendición; era el “Justina”, de 26 cañones, 100 tripulantes, el cual durante aquella dura jornada, habiéndose acercado mucho a tierra, había hecho un fuego realmente destructor contra las legiones libertadoras, pero su audacia le resultó cara, como se ve.  Era una de las unidades de la escuadra británica del comodoro Home Popham.

Participó también en las operaciones que tuvieron por escenario la Banda Oriental, con motivo de las invasiones inglesas, y de regreso de estas campañas, solicitó permiso para regresar a Salta, ya teniente de milicias, lo que le fue concedido el 7 de abril de 1808.  llegado a su ciudad natal, el gobernador Isasmendi dispuso fuese agregado a la guarnición de la plaza con el grado de Teniente.  La “Suprema Junta Gubernativa del Reino”, en Sevilla, el 13 de enero de 1809, le expidió a Güemes el ascenso a subteniente efectivo del Regimiento de Infantería de Buenos Aires.

Corría el año de 1810 y Güemes con el grado de Teniente de Granaderos de Fernando VII se encontraba en Salta con licencia, cuando estalló en Buenos Aires el movimiento emancipador.  Este resonó con eco extraordinario en aquella ciudad, que fue la primera que respondió al grito de libertad lanzado desde la Capital.  Güemes se incorporó a las fuerzas que la Primera Junta lanzó sobre el Alto Perú, con una partida de 60 jinetes, a cuyo frente se presentó al nuevo Gobierno.  Esta partida de 60 hombres, fue llamada “Partida de Observación” y fue equipada con gran lujo, para el cual habían contribuido en gran parte las casas de Gurruchaga y de Moldes.  Güemes fue nombrado capitán de la misma, en setiembre de 1810, fecha en que se le encuentra destacado en Humahuaca (el día 22 de aquel mes).

Güemes al frente de su partida, contribuyó a la victoria de Suipacha, el 7 de noviembre de 1810.  Reunidas las fuerzas en Potosí, algo grave pasó entre el general Balcarce y Güemes, con motivo del parte de Suipacha, por lo que este último fue separado del ejército, actitud de la cual reclamó Güemes ante la Junta, la que con fecha 23 de junio de 1811 accedió a su reclamo, ordenando su reincorporación al ejército, el cual ya se hallaba al mando de Pueyrredón, pues había sufrido ya el contraste de Huaqui, el día 20 de junio, lo que obligó a replegarse sobre Jujuy.  Güemes ya había sido ascendido a capitán y Pueyrredón al llegar a Jujuy reorganizó sus fuerzas, con las que avanzó nuevamente al Alto Perú, ocupando Suipacha con su vanguardia, mandada por Díaz Vélez; pero allí fue derrotado el 11 de enero de 1812, y al día siguiente en el combate de El Nazareno.  Ante este fracaso, Pueyrredón resuelve retirarse a Tucumán, y desde Humahuaca solicita su relevo, llegando el 20 de marzo del mismo año, a Yatasto, donde le recibe el mando el general Belgrano.

Belgrano contramarchó a Jujuy, donde se propuso la tarea de reorganizar el ejército.  Desde allí, despachó a Santiago del Estero al capitán Güemes, por un acto de indisciplina.  El “pecado” de Güemes fue su relación amorosa con la esposa de un teniente del Ejército, que la había abandonado y ya separada convivía con Güemes, que era soltero todavía.  Enterado Belgrano que esta señora se había ido a vivir a Santiago, decide el traslado de Güemes a Buenos Aires.

A su paso por Córdoba fue encargado de conducir a la Capital el contingente de presos realistas que se encontraba en aquella ciudad.

El 20 de enero de 1813 llega Güemes a Buenos Aires y solicita al gobierno se le haga conocer la causa de su confinación, respondiendo el Estado Mayor que “no hay antecedente alguno”, por lo que el gobierno se dirige a Belgrano para que haga conocer las causas.  Pero antes de recibir la respuesta y en mérito a su carrera militar, Güemes es agregado al Estado Mayor General en calidad de capitán de Infantería.

El Oficio de Belgrano al gobierno decía: “Habiéndome informado el alcalde de la ciudad de Santiago don Germán Lugones de la escandalosa conducta del teniente coronel graduado, don Martín Güemes, con doña Juana Inguanzo, esposa de don Sebastián Mella, teniente de dragones en el ejército de mi mando, por vivir ambos en aquella ciudad aposentados en una sola mansión, y habiendo adquirido noticias que este oficial ha escandalizado públicamente mucho antes de ahora con esta mujer en la ciudad de Jujuy… Con estos antecedentes indubitables, considerando que cualquier procedimiento judicial sobre la materia sería demasiado escandaloso y acaso ineficaz, he tomado la resolución de mandarle a Güemes … Espero que vuestra excelencia se dignara aprobar estas medidas en que sólo he tenido por objeto la conservación del orden, el respeto a la religión…”.

El 15 de abril de 1813, Belgrano le escribía a Chiclana: …”Si usted no presta oídos más que a los patriotas, le llenarán la cabeza de especies,…estoy arrepentido, usted sabe cuál es mi lenguaje y siempre digo lo que siento…” (1)

El 12 de agosto de 1813 el Gobierno resolvió que Güemes pasase agregado al Estado Mayor del ejército sitiador de Montevideo, como teniente coronel graduado; lo que no lo satisfizo porque se le rebajaba la jerarquía; ordenándose que se le abonasen los sueldos devengados desde aquella fecha.  Ante una solicitud de Güemes pidiendo marchar al Norte con San Martín, y que este informó el 6 de diciembre del mismo año en forma conveniente, se accedió a lo pedido por el causante.

El 7 de diciembre de 1813 Güemes era ascendido a Teniente Coronel graduado del Ejército y era destinado nuevamente al Ejército Auxiliar, del cual recibía el mando en jefe el coronel San Martín, el 30 de enero de 1814.  Güemes había concurrido presuroso a su provincia natal, al tener conocimiento de que se había producido una nueva invasión realista. San Martín que había oído ponderar los servicios del caudillo salteño, aceptó complacido sus servicios y lo nombró comandante de las avanzadas de Salta, por el lado del río Pasaje, mientras que Apolinario Saravia quedaba de comandante de avanzadas por el lado de Guachipas.

No estaba equivocado el futuro general de los Andes en la elección del personaje para hacer aquella guerra de partidas que mantendría en jaque a los españoles cuando se aventurasen en las provincias del Norte; en compañía de Francisco Gorriti, se propuso levantar todo el paisanaje por la causa de la libertad.  Su éxito fue tan grande como rápido, pues todos los partidarios de la libertad pusieron su vida y sus bienes a su servicio, halagados tan sólo por cooperar en la emancipación del suelo natal.  Desde aquel momento empieza a hacerse sentir la acción personal de Güemes en aquella guerra interminable de partidas, en que los realistas no podían asomar por ninguna parte sin encontrar inmediatamente fuerzas dependientes de Güemes que les presentarán combate, o mejor dicho, que les asesten un terrible zarpazo. Cuando los realistas ocupaban la ciudad de Salta, en 1814, Güemes concibió el audaz proyecto de apoderarse de su ciudad natal; en demanda de este objetivo, el día 27 de marzo de aquel año, pernocta en la Cuesta de la Pedrera, a tres leguas de Salta, donde existía una guardia realista, que Güemes sorprende al amanecer del 28, tomándola casi toda prisionera.  Sabedor de que el jefe español de la ciudad, coronel Castro,  se encontraba allí con todas sus fuerzas, resuelve atraerlo a su posición, para lo cual destaca un piquete para provocarlo.  Pero Castro también era salteño y conocía muy bien las tretas criollas y no avanzó en la persecución de sus enemigos más de una legua, el día 29 de marzo, persecución que efectuó con 80 jinetes, los mejores del regimiento.  Ante el fracaso para atraer a Castro, Güemes resolvió atacarlo y haciendo avanzar a su gente, le ordenó cargar puñal en mano, poniendo en fuga a Castro y sus jinetes, que no pararon hasta llegar a Salta, quedando en poder de Güemes 45 prisioneros, armas y caballos.  Por sus merecimientos en esta acción, el Director Supremo le reconoció la efectividad de teniente coronel de Ejército el 9 de mayo de 1814 y por recomendación de San Martín, se lo declaró “Benemérito”, dándosele las gracias en nombre de la Patria.  Se le nombró Comandante General de la Vanguardia, con lo cual los patriotas que operaban en Guachipas y en el Pasaje, quedaban bajo su comando.  Güemes los organizó divididos en tres secciones; la primera, la más próxima al enemigo, tomó el nombre de guerrilla o avanzada de los campos de Salta, al mando de Pedro José Zavala; la segunda, llamada avanzada de Guachipas, que servía de sostén a la anterior, a las órdenes siempre de Apolinario Saravia, teniendo por teatro el Valle de Lerma; la tercera tenía por zona de operaciones hacia Oriente, sobre el camino que une Tucumán con Salta Y Jujuy, compuesta en su mayor parte por gauchos de esa región, bajo el mando personal de Güemes, con su vanguardia particular estacionada en Cobos y Campo Santo, al mando de Pablo Latorre.

Tantas dificultades para el avance de las fuerzas reales, decidieron al general Pezuela, comandante en jefe, trasladarse desde Tupiza hasta Jujuy, donde permanecía el general Ramírez Orozco, como jefe de la guarnición.  A esta ciudad llegó Pezuela el 27 de mayo de 1814, al frente de 4.000 soldados aguerridos.  Traían el propósito de realizar el plan que el Virrey Abascal había trazado en 1812 al general Goyeneche, esto es, socorrer a Montevideo, salvando al ejército de 6.000 hombres allí encerrado, que agregado a sus tropas y a las que le enviarían desde Chile, tendría a sus órdenes 12.000 soldados, con los cuales esperaba dar fácil cuenta del gobierno patriota de Buenos Aires.

Los gauchos de Güemes pronto convencieron al general español de las insuperables dificultades que era necesario vencer; que 4.000 gauchos armados de puñales, lanzas, boleadoras y escaso número de armas de fuego, a los que apoyaban apenas 300 soldados del ejército regular, era una barrera difícil de vencer.  Pronto se convenció Pezuela de que no había nada que hacer contra esta infranqueable barrera y no encontró otro expediente que buscar una batalla general y con este propósito trató de atraer a San Martín a Salta, ya que los gauchos le impedían a él llegar hasta Tucumán, y concentró todas sus fuerzas en Salta.  Sin embargo, la acción de Güemes y sus gauchos fue tan efectiva que el general Pezuela con todo su ejército en Salta y su Cuartel General en Jujuy, se encontraba imposibilitado de avanzar. Marquiegui, jefe realista natural de Jujuy, propuso al general Pezuela abandonar el camino real por el Pasaje a Tucumán, y tomar el que conduce al mismo punto más hacia Oriente, atravesando el desierto.  Marquiegui se puso en marcha desde Jujuy con 400 hombres de infantería y caballería, llegando a Yaví el 15 de junio, donde arrolló al comandante patriota Arias, y tomó rumbo al Este en dirección a Orán, tomando sucesivamente una serie de fortines en el Chaco con rumbo al Sur.  Pero Güemes lo había sentido y cuando Marquiegui se proponía regresar a Jujuy, fue atacado por aquel el 26 de junio en Anta y el 29 en Santa Victoria; se desvió al Oeste y se dirigió a Jujuy por el camino de la Cuesta Nueva, pero el 4 de julio fue destrozada por Güemes su retaguardia.  Al mismo tiempo, su subordinado Zavala, el 11 de junio llegaba hasta los aledaños de Salta en un ataque contra los realistas.  Estos contratiempos le decidieron a iniciar su retirada el 25 de julio de 1814.  Entretanto el general Rondeau mandaba el Ejército Auxiliar, en reemplazo de San Martín.

Tan pronto como Güemes tuvo conocimiento de la retirada de Pezuela, se aproximó a Salta, cuyo sitio estrechó a fines de julio.  Güemes ocupó su ciudad natal y Pablo Latorre la de Jujuy, adelantando sus avanzadas en persecución del enemigo a las órdenes de Alejandro Heredia.  Güemes se apresuró a trasladarse a Jujuy, mientras Pezuela, volaba más que corría,  desde que abandonó Jujuy el 3 de agosto, llegando a Suipacha el día 21, después de haber perdido 1.500 hombres y haber recibido una lección soberbia.  Indudablemente, influyó en la decisión para retirarse, la noticia de la caída de la plaza de Montevideo, el 23 de junio.

Rondeau avanzó a fines de 1814 hacia el Norte, habiendo sido reforzado su ejército en forma notable, gracias a los cuerpos que había dejado libres la caída de Montevideo.  El 17 de abril de 1815, en la sorpresa del Puesto de Marqués, Güemes ejecutó una carga contra los realistas, haciendo una horrible matanza.  Al día siguiente, el caudillo salteño pretextaba una enfermedad al general Rondeau para retirarse del ejército.  Desde el 30 de setiembre del año anterior ostentaba los galones de coronel graduado.  La causa de la enfermedad no era más que un pretexto.  Al pasar por Jujuy se apoderó de 700 fusiles que existían en el parque del ejército, que Rondeau había ordenado que le remitieran, a lo que Güemes contestó con franqueza que era necesarios llevarlos para armar las partidas de Salta y resistir a la próxima invasión española.  Llevó también unos 300 hombres enfermos que encontró en Jujuy, de modo que en breve, el caudillo salteño alcanzó a contar con 1.500 hombres.

Güemes se había retirado del ejército, porque prontamente se dio cuenta que con la indisciplina reinante en él, iba derecho a un desastre, como aconteció.  El 6 de mayo de 1815 Güemes era elegido por asamblea popular, gobernador de Salta.  Cinco meses más tarde lo eligió también el pueblo de Jujuy.  Rondeau, después de su desastrosa campaña de aquel año, al replegarse a Huacalera, ya había declarado a Güemes traidor a la patria, en agosto, mediante un manifiesto; ahora, el 8 de marzo de 1816, Rondeau abandonaba su campamento de Huacalera, anunciando que como Güemes le había negado recursos, para proveérselos con más comodidad, se trasladaba a Salta con 3.500 soldados.  Fracaso total de Rondeau fue esta empresa contra el bravo caudillo salteño.  Aquel, que había llegado a Jujuy, sin esperar a Güemes para una entrevista a la que se habían citado, el 13 de marzo se puso en marcha sobre Salta, con 2.500 soldados veteranos, acampando en el campo de Castañares, a una legua de la ciudad, el día 15, ocupando la ciudad sin resistencia.  Después Rondeau salió de Salta y acampó en el Viñedo de Tejada, a la entrada de Cerrillos, donde los gauchos le arrebataron 200 cabezas de ganado, toda la caballada del Regimiento de Dragones que la custodiaba, con lo que el ejército quedó a pie y sin sustento.  El día 20 de marzo, los gauchos arrebataron a Rondeau los últimos animales que le restaban para la alimentación, lo que desconcertó profundamente al general en Jefe.  El día 22, los buenos oficios de los hermanos Figueroa lograron llevar en los Cerrillos a Güemes a una entrevista con Rondeau, en la que ambos firmaron una capitulación, por la que se reconocía una paz sólida entre el Ejército Auxiliar y el Gobernador de Salta.  Al llegar Rondeau a Jujuy de regreso, el 17 de abril, lanzaba un bando justificando la conducta de Güemes.  El 7 de agosto del mismo año el primero entregaba en  Las Trancas, al general Belgrano, el comando en jefe del ejército, mientras el segundo había vuelto a ocupar su línea de defensa al Norte, lo cual era una garantía para la causa patriota.  Desde aquel momento Güemes es el Angel Tutelar de la Patria en aquellas apartadas regiones.

El general Ramírez de Orozco ordena a Olañeta que invada por la Quebrada de Humahuaca con su División de Vanguardia; el 17 de agosto de 1816 ocupa Yaví y el 29 llega a Humahuaca; por su parte el coronel Marquiegui logra tomar Tilcara, el 19 de setiembre, pero pocos días después las partidas de gauchos quebraderos y jujeños obligan a los invasores a retirarse, tenazmente hostilizados.

El general Olañeta ocupa sorpresivamente el 15 de noviembre del mismo año, Yaví, tomando prisionero al Marqués de este nombre, coronel mayor Juan José Fernández Campero, y a su segundo, el teniente coronel Juan José Quesada (El primero conducido a Potosí, logró fugar y permanecer algún tiempo oculto, pero no pudiendo salir de aquella Provincia, optó por presentarse; murió en viaje para España, en 1820).  El 6 de enero de 1817, Olañeta se apodera de Jujuy, donde es sitiado tenazmente por Pérez de Urdinenea, que hábilmente dificulta el abastecimiento de sus tropas.  El 14 del mismo mes llega el general en jefe, La Serna, a Humahuaca con el grueso del ejército., y resuelve fortificar dicho pueblo, dejando un depósito de armamento y víveres al cuidado de un destacamento y prosigue su marcha sobre Jujuy, donde diariamente se combate en los alrededores de la ciudad, distinguiéndose particularmente el capitán Juan Antonio Rojas, que al frente de los “Infernales” lucha ventajosamente contra fuerzas superiores mandadas por Arregui, en San Pedrito, haciéndoles muchas bajas.  El 12 de enero, Olañeta se vio obligado a abandonar Jujuy para marchar en apoyo de su cuñado, el coronel Marquiegui; y el 23 del mismo mes, estos dos últimos entran en Jujuy seguidos del general La Serna.

El 13 de abril este último parte de la mencionada ciudad, en dirección a Salta,  en la que entra el 16; pero cruelmente hostilizadas sus tropas por las partidas de Güemes que impiden el acopio imprescindible de víveres, el General español inicia la evacuación de la capital salteña el 5 de mayo, y el día 21 del mismo mes quedó evacuado todo el territorio de las dos provincias norteñas.  En los primeros días de junio el ejército real llegaba a Tilcara; el día 2, proseguía su repliegue por fracciones, constantemente hostilizado por las partidas patriotas, quienes atacaron a sus enemigos en Tres Cruces, en Sococha y aún en Tupiza, donde obligaron a la guarnición a encerrarse bajo los muros de la ciudad.  Por toda esta serie de brillantes triunfos alcanzados por Güemes y sus gauchos, el Gobierno premió a aquél con el grado de Coronel Mayor, con fecha 17 de mayo de 1817; una medalla de oro y  una pensión vitalicia para su primer hijo, de $400.-; una medalla de plata con brazos de oro para los jefes y una puramente de plata para los oficiales, y para la tropa, un escudo de paño con la inscripción: “A los heroicos defensores de Salta”.

El 11 de junio de igual año, Olañeta invade nuevamente por la Quebrada de Humahuaca con 100 hombres y es combatido por el capitán Manuel Eduardo Arias el 23 en Los Toldos y Baritú; el 25 de noviembre en Colanzuli; el 27 en Humahuaca; el 1º, el 15, 18, 25 y 26 de diciembre en Uquía, Caluti, San Lucas y Tilcara, habiéndose visto obligado a retirarse de Humahuaca el día 3 del mismo mes, con grandes pérdidas y continuamente hostilizado por las columnas patriotas.

El 1º de enero de 1818. el general La Serna destaca desde Tupiza al general Gerónimo Valdés con 400 hombres para reforzar a su vanguardia, mandada por Olañeta, que se mantenía en Humahuaca.  Reunidos ambos jefes realistas, avanzaron sobre Jujuy, que ocupaban el 14 de enero, saqueándola, pero fuertemente hostilizado Olañeta por las partidas de Güemes, el mismo día abandona su presa, retirándose al Norte, siendo perseguido por los patriotas hasta cerca de Yaví.  El 26 de junio de aquel año, el general Canterac, unido al coronel Valdés, expediciona hasta Orán, pero diariamente son hostilizados por las partidas independientes,  Canterac y el coronel Vigil combaten el 5 de agosto en Tarija y Orán, contra las partidas de Rojas y Uriondo.

El 17-18 de marzo de 1819 los generales Canterac y Olañeta invaden por la Quebrada de Humahuaca y son combatidos: el 3 de abril, en Huacalera y Tilcara; el 12 de mayo, en Iruya y Orán; el 9 de setiembre, en El Rosario; en octubre, en Orán y Santa Victoria y el 28 de ese mismo mes, en San Antonio de los Cobres.  Del 10 al 20 de diciembre son combatidos: Canterac, en La Rinconada; Lóriga en la quebrada de Toro y Gamarra en San Antonio de los Cobres.

En mayo de 1820 es invadida Salta por un ejército de 4.000 hombres a las órdenes del general Ramírez Orosco, y los generales Canterac, Olañeta y Valdés y los coroneles Gamarra, Vigil y Marquiegui.  Del 8 al 27 de mayo los gauchos de Güemes combaten contra Ramírez y Canterac, en Guaia, La Cabaña, Perico y Monte Rico.  El 24 de mayo los españoles se apoderan de Jujuy y el 31 del mismo mes, después de las acciones en Lomas de San Lorenzo y en Salta, se apoderan de esta última ciudad; pero del 2 al 8 de junio se libran numerosos encuentros con las partidas salteñas; en La Pedrera, Quesera, Cruz y Chamical (contra Olañeta y Valdés) y Cerrillos, Chamical, en la Troja (con Olañeta) y en Pasaje (contra Vigil y Méndez).  El 28 de junio de 1820 fuertes combates en Cerrillos contra Canterac, Clover y Ferraz, en los que muere el coronel patriota Juan Antonio Rojas (célebre guerrillero).  El día 30, el ejército real inicia su retirada, evacuando la provincia de Salta el 5 de julio.

El 1º de febrero de 1821, Güemes delega el mando de la provincia en el Dr. Gorriti y se ausenta al Sud de la misma, para rechazar la invasión del gobernador de Tucumán Bernabé Aráoz e invade a su vez la de Tucumán.  Los españoles, noticiados de este acontecimiento, a las órdenes de Olañeta,  el 10 de marzo de 1821 invaden la Quebrada de Humahuaca, siendo combatidos hasta mediados de abril: en Humahuaca, Laguna, San Lucas, Valle Grande, Tilcara, Uquia y el día 21 de abril, la vanguardia realista, formada por 300 hombres mandados por Marquiegui, entra en la ciudad de Jujuy.

Mientras tanto, las tropas de Güemes, aliadas a las de Ibarra (de Santiago del Estero), son batidas por los coroneles Abraham González y Manuel Eduardo Arias, el 3 de abril, en las cercanías de Tucumán.

Ante el peligro de la invasión española, el gobernador substituto, Dr. Gorriti, delegó el gobierno en el Cabildo y se puso a la cabeza de 600 hombres que logró reunir y marchó en busca del enemigo, al que puso sitio en la boca de la Quebrada de Humahuaca, obligándolo el día 27 de abril a rendirse a discreción, con su jefe el coronel Marquiegui, contraste que obligó a Olañeta a regresar a sus posiciones.

Pocos días después del primer desastre, Güemes era nuevamente batido en Acequiones y Trancas, por las fuerzas tucumanas.  La noticia de este contraste, así como también la del triunfo de Gorriti, llegadas casi simultáneamente a Salta, indujeron al Cabildo, el 24 de mayo, a deponer a Güemes y a designar gobernador provisorio al alcalde del primer voto Saturnino Saravia, pero el día 30, se presentó Güemes frente a Salta y no obstante que una parte de los civiles y dos escuadrones de caballería lo esperaban formados para combatirlo, bastó que sus soldados oyeran su vos gangosa, para que el grito “¡Viva Güemes!” brotara de todos los pechos y el famoso caudillo ocupara nuevamente el gobierno.

Estableció su cuartel general en Chamical, cuatro leguas al S. E. de Salta.  Sabedor Olañeta de todos los acontecimientos relatados, resolvió destacar al coronel José María Valdés (Barbarucho) con 500 hombres, con orden de avanzar sobre la ciudad de Salta por el camino del Despoblado (quebrada del Toro) atravesando las fragosas sierras de Leser y Yacones. En la noche del 7 de junio de 1821 los españoles ocupaban la ciudad de Salta y Güemes que con una escolta de 50 hombres se encontraban en casa de su hermana Magdalena despachando la correspondencia con su secretario; al necesitar un documento que se encontraba en el Cabildo, despachó un ayudante a buscarlo, el cual en la plaza fue tiroteado en la oscuridad al contestar un ¿Quién vive? de los realistas.  Güemes que creyó nuevamente en un movimiento subversivo, salió de la casa para indagar el origen del tiro y en la plaza fueron tiroteados por otra partida y al desbandarse la escolta, el caudillo tomó por una calle lateral, donde tropezó con otra partida realista que le hizo fuego, hiriéndolo de gravedad.  La bala ingresó por la cadera y salió por la ingle.  Sin largarse del caballo, logró salir a las afueras de la ciudad, donde algunos de sus partidarios acompañaron al general herido desde el Campo de la Cruz hasta su campamento en El Chamical.  A los diez días, el 17 de junio de 1821, el gran caudillo, debilitado por la abundante hemorragia, quebrado por crueles dolores, viendo que se le escapaba la vida, aún tuvo aliento para celebrar una conferencia con un parlamentario que le enviara el general Olañeta.  A esta conferencia hizo llamar al jefe de Estado Mayor, el coronel Jorge Enrique Vidt y delante de los parlamentarios le ordenó: “que marchase inmediatamente con sus fuerzas a poner sitio a la capital, haciéndole jurar sobre el pomo de le espada que continuaría la campaña hasta que en el suelo de la Patria no hubiera ya argentinos o no hubiera ya conquistadores” y dirigiéndose al emisario enemigo añadió: “Señor oficial, diga a su jefe que agradezco sus ofrecimientos sin aceptarlos; está usted despachado”.  Aquel día, 17 de junio, a pesar de los solícitos cuidados de su médico Dr. Antonio Castellanos, moría el bravo guerrero, en La Cruz, en el lugar llamado La Higuera (o Higuerillas).  Al día siguiente era sepultado en la capilla de El Chamical (hoy San Francisco), al mismo tiempo que se levantaba el país en masa contra los invasores, cumplimentando la orden postrera de su valeroso caudillo.  Los “Infernales” al mando de Vidt cumplían aquella, poniendo sitio a la ciudad de Salta, con lo cual quedaban rotas las hostilidades, no obstante las gestiones de Olañeta con el Cabildo salteño para llegar a un armisticio.  El 26 de julio de 1821, el general Olañeta, constantemente hostilizado por los patriotas, se retiraba al Alto Perú, con lo que terminaba la última invasión realista al territorio argentino.  El espíritu de Güemes había sido el ángel tutelar de la Patria en peligro en aquellos días.

Una pincelada que metaforiza los alcances de la guerra social encabezada por el caudillo está contenida en el relato de Bernardo Frías: una vez muerto el General Güemes, los gauchos se arrojan sobre su cadáver para despojarlo de las vestiduras y quedarse con “un jirón de aquellos trapos”. Mientras esto ocurría en Salta, la elite porteña festejaba su deceso y la prensa bonaerense fiel a Rivadavia exclamaba: “Murió el abominable Güemes al huir de la sorpresa que le hicieron los enemigos.  Ya tenemos un cacique menos”.

Güemes había contraído enlace el 9 de junio de 1815 con Margarita del Carmen Puch, hija única del afincado español de notable fortuna, Domingo Puch y Alcaraz, nacido en Tupiza, y Dorotea Velarde Cámara; la que murió apenada por el fallecimiento de su esposo.

Por Ley del Congreso Nacional Nº 6286, del 30 de setiembre, fue erigido en la ciudad de Salta un hermoso monumento a la memoria del general Güemes, el cual fue inaugurado el 20 de febrero de 1931, por el Tte Grl José Félix Uriburu, Presidente Provisional de la Nación.

Referencia

(1) El 9 de septiembre de 1816, Belgrano noblemente se reconcilia con Güemes en una carta donde le dice: “Mi amigo y compañero querido…”

Fuente
Colmenares, Luis Oscar – Martín Güemes, el héroe mártir – Ed. Ciudad Argentina.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Poderti, Alicia – Martín Miguel de Güemes, Fisonomías Históricas y Ficcionales.
Portal www.revisionistas.com.ar
Yaben. Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).

Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar



viernes, 30 de noviembre de 2018

EL DIA EN 1829 EN QUE ROSARIO FUE CAÑONEADA


EL DIA EN 1829 EN QUE ROSARIO FUE CAÑONEADA

 

EL DIA EN 1829 EN QUE ROSARIO FUE CAÑONEADA

En diciembre de 1828, el gobernador legítimo de Buenos Aires, Manuel Dorrego fue fusilado por Lavalle y la Convención Nacional de ese año reunida en Santa Fe, designó al Gobernador Estanislao López general en jefe del ejército contra Buenos Aires.


Rosario, estuvo entre dos fuegos y acamparon cerca de ella tanto las huestes de Lavalle como las de López. Para peor, una escuadrilla porteña, al mando de los coroneles Isaac Thompson y Leonardo Rosales, incursionó por el Paraná rumbo a Santa Fe. Ancladas las naves en San Nicolás, en mayo de 1829, dirá Rosales: "En la noche del 27 determinamos seguir aguas arriba y con intención de recorrer y amagar al Rosario".

En efecto, los buques continuaron su viaje río arriba y a su paso por Rosario descargaron sobre su artillería.

Como los vientos norte contrarios no permitían seguir la navegación, recibieron orden de atacar nuevamente a la Villa. El 29 de julio informaba Rosales, a bordo de la goleta de guerra "Sarandí": "Al pasar por la Villa del Rosario, la batí con la escuadra por orden del jefe de la expedición coronel D. Isaac Thompson, y nuestros fuegos no fueron contestados sino por algunos tiros de fusil, habiendo la población recibido mucho daño".

De más esta decir que, como dice Rosales, apenas se respondió el ataque por no existir en la Villa destacamento militar de importancia.


lunes, 5 de noviembre de 2018

CACIQUE GALVARINO


CACIQUE GALVARINO

CACIQUE GALVARINO
Galvarino es conocido como uno de los personajes más valientes que participó en el proceso de la Conquista en el bando de los Araucanos.
Galvarino ((en mapuche: Kalwarëngo, ‘mecha molida de choclo’)?1 o Kallfürüngi, "colihue azul") 
(La Araucanía, ? - 1557) Cacique araucano, lugarteniente de Caupolicán. Aunque apenas se conocen datos acerca de su vida, Galvarino fue uno de los caciques araucanos más importantes. Estaba integrado a la tropa de los caciques Lautaro y Caupolicán, durante el conflicto de los aborígenes contra los españoles hacia el año 1553.
Para aquel entonces, los araucanos habían conseguido salir victoriosos en varias acciones, de las cuales se destaca la Batalla de Tucapel, en la cual vencieron los aborígenes. La victoria de Lautaro y Caupolicán en Tucapel, les permitió dar captura a Pedro de Valdivia, quien para el momento era el gobernador de Chile.
Cuando cayó Valdivia, se produjo un periodo de inestabilidad gubernamental; se cree que Jerónimo de Alderete pudo haber sucedido al gobernador asesinado, pero al parecer fue García Hurtado de Mendoza, quien recibiera el nombramiento oficial. El propósito de Hurtado, sería el de devolver la paz en la región.
Galvarino combatió heroicamente a las fuerzas españolas del gobernador García Hurtado de Mendoza, pero fue capturado en la batalla de Lagunillas (1557), junto al río Biobío.
Este cacique fue mutilado por los españoles y asumió valientemente la condena. 
Momento de la Mutilación
Cuando supo la sentencia, sería mutilado, miró con arrogancia y desafiante al jefe de los conquistadores y avanzó sin temor al lugar donde se iba a someter al cruel suplicio.
Llegado el momento, Galvarino colocó uno de sus brazos sobre una gruesa rama de árbol y espero el golpe del hacha. Puso enseguida con la misma calma la otra mano y entonces nuevamente desafiante puso su cabeza sobre la rama para que también se la cortasen, como eso no pasó trató de cobardes y traidores a los Indigenas que ayudaban a los españoles. Luego, sangrando se fue caminando en busca de su gente.  
Este hecho fue el que el poeta español Alonso de Ercilla narró en La Araucana, señalando que, luego de este acto, "con desdén y menosprecio dello alargó la cabeza y tendió el cuello" para que le quitaran la vida cortándole la cabeza; sin embargo, fue perdonado y regresó con los suyos, jurando vengarse.
Se dice que sin manos Galvarino fue casi tan poderoso como se había conocido. Además, había conseguido que sus seguidores se manifestaran con mayor fuerza. Al parecer, estaba preparado para alzar las armas como su cuerpo mutilado se lo permitiese y con su arenga reunió el valor de un gran ejército.
Muerte de Galvarino
El cronista Mariño de Lobera afirma que "fue tanto el coraje en que estaba emperrado, que ya que le faltaron las manos, peleó más fuertemente con la lengua, la cual suele ser más eficaz para hacer guerra que las manos de los Hércules y las industrias de los Césares". En el combate de Millarapue, el 30 de noviembre de 1557, luego de un cruel enfrentamiento, fue capturado junto con otros jefes indígenas, y el gobernador García Hurtado de Mendoza, como medida punitiva, lo mandó ahorcar.
Pero el poeta Alonso de Ercilla se esforzó por librarlo de la muerte, alegando que le había visto pasarse a las filas españolas. Galvarino le respondió descubriendo sus brazos mutilados que había tenido ocultos bajo su manta,y  Galvarino, con gran repudio hacia los españoles con las siguientes palabras: "Prefiero morir a recibir la vida de vosotros, y sólo siento la muerte por no haber podido haceros pedazos con los dientes".. Los conquistadores se exaltaron al ver la soberbia del cacique y apuraron el sacrificio. Algunos historiadores chilenos, sin embargo, creen que Galvarino se suicidó para privar a sus enemigos del placer de matarle.

jueves, 25 de octubre de 2018

“ACORAZADO GRAF SPEE"


“ACORAZADO GRAF SPEE"
“ACORAZADO GRAF SPEE"
Antecedentes
Hitler
atacó a Polonia el 1 de Septiembre de 1939 y tres días después Alemania estaba en guerra con medio mundo ante el disgusto del dictador y sus más próximos colaboradores. Hubo mutuas acusaciones de imprevisión política e intercambio de frases fuertes. Pero las primeras y rápidas victorias sobre los polacos disiparon los nubarrones, el camino era mucho más fácil de lo previsto. El Fuhrer se convenció de que una vez sometida Polonia británicos y franceses se avendrían a un acuerdo de paz. Le pareció conveniente mantener inactivos a sus acorazados. Los submarinos del almirante Doenitz ya estaban asestando duros golpes desde el primer día de la guerra y esperaba a poner en juego a sus barcos solo si el enemigo no negociaba y como parte de una política de creciente escalada militar. Pero no hubo acuerdo y el domingo 24 de Septiembre  Hans Langsdorff comandante del Graf Spee recibe la orden del S.K.L (Seekriegsleitung, es decir el Estado Mayor Naval) para iniciar la guerra de corso contra el enemigo.
El Acorazado
La orden de construcción de este navío fue firmada el 23 de Agosto de 1932. Asignada al Puerto Naval de Wilhelmshaven, su construcción estuvo bajo la dirección de Lottmann. El casco fue botado el 30 de Junio de 1934, el discurso de bautizo de la nave fue hecho por el Almirante Raeder y el bautismo por Grafin Huberta von Spee, hija del Vicealmirante Maximilian Graf von Spee, de quien la nave llevaba el nombre.
“ACORAZADO GRAF SPEE"
Sus comandantes:
Konrad Patzig 01/06/1936 a 1937
Walter Warzecha 1937 a 1938
Hans Langsdorff 01/11/1938 al 17/12/1939

Existían grandes diferencias en la composición y distribución del blindaje de este navío sobre sus predecesores; la más importante de ellas era el aumento del blindaje de la cintura, en 100 mm y en toda su profundidad. Los cierres a popa y proa también eran de 100 mm. Contaba también con mamparos de 40 mm contra impacto de torpedos. La cubierta principal tenía un espesor de 40 mm sobre los mamparos y 20 mm en la parte central. Las torres principales contaban con un blindaje de 120 mm.
Su diseño era un nuevo concepto de buque de guerra. Los alemanes consiguieron meter la artillería correspondiente a un crucero de 35.000 toneladas en un barco que teóricamente solo desplazaba 10.000, aunque en realidad en orden de combate, con agua y combustible, su desplazamiento real era de 16.200 toneladas.
Los “acorazados de bolsillo” fueron los primeros buques pesados en ser equipados con motores diesel.
Características Técnicas
Desplazamiento Máximo: 16.200 toneladas
Desplazamiento Standard: 12.100 toneladas
Velocidad: 28 nudos
Dotación: 30 oficiales / 950 suboficiales y marineros
Eslora: 186 m
Manga: 21,7 m
Calado: 7,4 m
Propulsión: Ocho motores diesel MAN 44.200 bhp
Autonomía: 18.650 millas a 15 nudos / 7.149 millas a 26 nudos
Seis cañones de 280 mm SK C/28 en dos torres triples
Ocho cañones de 150 mm SK C/28 en torres simples
Seis cañones de 88 mm SK C/30 en tres torres dobles
Diez cañones de 20 mm en torres simples
Ocho tubos de torpedos de 533 mm en cuatro tubos dobles
Dos aviones en catapulta

Historia
El Tratado de Versalles prohibía a Alemania construir buques con más de 10.000 toneladas de Registro Bruto. Además la flota alemana había quedado reducida a una escuadra sin mayor capacidad, que la de vigilar el tráfico marítimo en sus costas.
En 1929 Alemania botaba el primer acorazado de bolsillo, el "Deutschland", con un armamento más que potente (6 cañones de 280 mm) y una buena velocidad (28 nudos). Luego llegaron dos más, el "Von Scheer" y el "Graf Spee" que fue el más moderno de esta clase tan exclusiva.
El concepto de acorazado de bolsillo era sumamente original para la época. Cualquier buque de guerra que tuviera un desplazamiento de 10.000 toneladas no podía pretender ser llamado acorazado, por la simple razón de que estos buques portaban cañones de importante calibre (como mínimo de 200 mm) en un número considerable. Y si un barco de ese tonelaje portaba esas armas, podía considerarse hundido si las usaba contra alguien, pues la estructura no soportaría la tensión. Los ingenieros alemanes resolvieron el problema utilizando aleaciones muy ligeras y eliminando los remaches que fueron sustituidos por soldadura de penetración. En un barco de ese tamaño, eliminar todos los remaches significaba tres cosas: menor peso, mayor velocidad y una estructura más fuerte y homogénea.
Así nacieron los acorazados de bolsillo, barcos con la versatilidad de un crucero pero con la potencia de fuego de un acorazado.
Los acorazados Graf Spee con un modelo experimental “FuMO 22” y el Deutschland con un “Seetakt” fueron los primeros buques de guerra alemanes equipados con radar operacional.

La munición llegaba de forma automática desde la santabárbara a las dos torres blindadas principales, que tenían 3 cañones cada una. Además de todo esto, el Graf Spee tenía una primitiva computadora de a bordo para dirigir los disparos, un radar también rudimentario que solamente miraba hacia adelante y un hidroavión para mirar más allá del horizonte.
El 6 de Enero de 1936 fue comisionado el buque bajo el mando del capitán Conrad Patzig. El 9 de abril de 1936 se unió a la flota y fue designado como nave insignia en la Revista Naval de Kiel el 29 de mayo del mismo año. Después de las pruebas realizadas en sus antecesores, se decidió dotarlo con motores tipo diesel lo que supuso un peso extra para el buque de 167 toneladas sobre el Admiral Scheer y 497 sobre el Deutschland. Entre el 6 y 26 de Junio de 1936 se llevaron a cabo pruebas de armamento y ajuste de compás en las Islas Canarias.
El navío realizo tres viajes de patrulla a aguas españolas bajo acuerdos internacionales entre el 20 de agosto y el 9 de octubre de 1936.
Revista Naval de Spithead entre el 15 y 22 de mayo de 1937 con motivo de la coronación del rey Jorge VI de Gran Bretaña.
Una cuarta patrulla por aguas españolas fue realizada entre Junio 23 y Agosto 7 (Kiel-Kiel).
El Admiral Graf Spee tomo parte en el otoño de 1937 en los ejercicios navales como buque insignia, llegando a Wisby, Suecia, y Kristiansand, Noruega bajo el mando del capitán Walter Warzecha, quien había asumido el mando el 2 de octubre.
La quinta y ultima patrulla a aguas españolas fue realizada entre el 7 y 18 de Febrero de 1938 (Kiel-Kiel).
Los fiordos noruegos recibieron la visita del buque entre el 29 de Junio y 9 de Julio de 1938.

Entre el 6 y 23 de Octubre y el 10 a 24 de Noviembre de 1938, se realizaron varios cruceros en el Atlántico, tocando los puertos de Tánger, Vigo y Portugal.
El 1 de noviembre de 1938 el capitán Hans Langsdorff toma el mando del Graf Spee.

En enero de 1939, el Admiral Graf Spee tenía como base Wilhelmshaven.
Entre el 22 y 24 de marzo de 1939 fue nave insignia de la fuerza naval en Memel cuando este territorio fue reincorporado al Reich.
En Abril de 1939 el Comandante en Jefe de la Flota, Almirante Boehm, izó su estandarte a bordo del Admiral Graf Spee durante los ejercicios navales realizados en el Atlántico, en los cuales tomo parte el Gneienau y los tres acorazados de bolsillo, entre otras unidades.
Entre el 29 y 31 de Mayo, el buque estaba presente en Hamburgo con el fin de dar la bienvenida a la Legión Cóndor, proveniente de España.
Equipado para la guerra naval contra naves comerciales, el 21 de agosto de 1939, el Graf Spee parte de Wilhelmshaven para ocupar una posición de espera a 900 millas al este de Bahía en Brasil.
Allí permanecerá inactivo hasta el 24 de septiembre, cuando el capitán Langsdorff recibe órdenes de iniciar su misión.
El navío de abastecimiento Altmark, que había partido del mismo puerto el 9 de agosto, se reúne con él.
Se inicia el viaje sin retorno del Admiral Graf Spee.

Viaje sin retorno
El capitán Langdorff tenía como plan de operaciones el navegar hacia el Atlántico sur, mantenerse en una ruta de espera frente a las costas de África y esperar la orden de iniciar operaciones contra los mercantes que recorrían esas aguas. Lo abastecería el carguero Altmark, que estaba autorizado a cambiar de nombre, colores y bandera y tenía documentación para atracar en cualquier puerto neutral.
El estallido de la guerra ocurrió el 01 de Septiembre cuando el Graf Spee permanecía en su zona de espera en la línea Dakar-Puerto Rico. A partir de ese momento estaba en libertad de hundir cuanto mercante aliado o barco contrabandista de armas se pusiera en su camino, evitando enfrentarse con otros buques de guerra aliados, a menos que fuera absolutamente necesario.

Durante los meses posteriores al comienzo del conflicto, el buque torpedeó y hundió cuantos buques mercantes enemigos encontró a su paso. Su capitán y toda su tripulación mantuvieron en jaque a la flota inglesa del Atlántico.
Este buque fantasma recorrió el Atlántico de norte a sur, donde estableció su centro de correrías, actuando preferentemente sobre las rutas marítimas que desde Asia, África y América se dirigen hacia Gran Bretaña. En cien días de actuación en estos escenarios, con una incursión en el Índico para despistar a siete grupos navales anglo franceses que le perseguían, hundió nueve mercantes con un desplazamiento bruto aproximado de 50.000 toneladas. En esa dilatada singladura corsaria, Langsdorff dio muestras de gran astucia y capacidad, burlando una y otra vez a sus perseguidores, y se granjeó el respeto de sus enemigos pues ni un sólo marinero murió en los buques mercantes atacados por él.
Los alemanes habían descifrado los códigos de comunicación ingleses, y por lo tanto podían saber las rutas de los barcos mercantes que debían hundir. Sin embargo, los ingleses descubrieron esto e hicieron radiar un mensaje "envenenado": un supuesto carguero llamado "Highland Monarch" saldría del Río de la Plata con rumbo a Inglaterra, cargado con carne enfriada. El barco existía, pero en su lugar lo estaría esperando una fuerza inglesa. Lamentablemente para el acorazado, la última y tal vez única forma de descubrir la trampa, el hidroavión, se había averiado unos días antes de forma definitiva.
El día 6 de Diciembre, tras encontrarse de nuevo con el Altmark en las coordenadas 25.5º Sur y 24.5º Oeste, el capitán Langsdorff decide poner rumbo hacia el río de la Plata.
El día 13 de Diciembre de 1939, El Graf Spee entraba en las aguas donde operaba la Fuerza G, al mando del Comodoro Henry Harwood, cuya misión era asegurar la ruta Montevideo-Rio de Janeiro, con base en las Islas Malvinas. La flotilla de Hardwood estaba compuesta por los cruceros pesados "Cumberland" y "Exter", acompañados de los Cruceros ligeros "Ajax" y "Achilles". De acuerdo a los informes de inteligencia, Harwood sabía que tarde o temprano, el acorazado de bolsillo entraría en aguas del Atlántico Sur. La inteligencia había detectado también que, en Montevideo y Río de Janeiro, se realizaban grandes movimientos de víveres, bajo el control del agregado naval alemán y que no podían ser para otro, que para el Graf Spee. Viendo el mapa, Harwood sabía que el buque alemán tenía tres posibilidades, llegar el día 12 cerca a Río de Janeiro, aproximarse a Montevideo el día 13, o moverse por los alrededores de las Malvinas el día 14.  Hardwood se decidió por concentrar sus fuerzas frente al Río de la Plata desde el día 10.
El 13 de diciembre, acechaba Langsdorff la ruta de los mercantes británicos, cuando hacia las seis de la mañana sus vigías dieron la voz de alarma; tres buques a poco más de 20 millas de distancia. El Graf Spee se hallaba frente al gran estuario del Plata, a unas 280 millas de Punta del Este. El capitán alemán ordenó zafarrancho de combate a las 6,20 de la mañana y abrió fuego con sus cañones de 280 mm sobre los tres buques enemigos, que realmente eran los cruceros ligeros Ajax y Achilles y el crucero pesado Exeter mandados por el comodoro Hartwood. El Graf Spee alcanzó pronto al Exeter, que en una hora encajó siete impactos de 280 mm. y padeció un constante ametrallamiento. A las 7 de la mañana debía abandonar el combate con todas sus torres inutilizadas y a muy escasa velocidad, pues tenía muchas vías de agua. Pero mientras los dos buques grandes se cañoneaban, el comodoro Hartwood, logró acortar distancias con sus dos cruceros ligeros, cuya artillería de 152 mm, acertó numerosas veces al acorazado de bolsillo, causándole numerosos daños superficiales. Pero dos impactos consecutivos del Graf Spee desmontaron la mitad de la artillería al Ajax. A las 7,30, a sólo 4 millas de distancia, el buque alemán podía disparar más del doble que sus dos oponentes juntos, con la particularidad que sus granadas taladraban a cruceros británicos como si fueran de lata, mientras que estos no dañaban la obra viva, ni las torres blindadas del acorazado. El Ajax perdía sus mástiles y antenas y su obra muerta era una criba. El comodoro Hartwood ordenó retirada, tratando de salvarse in extremis.
¡Cuál no sería su asombro cuando vio que el corsario alemán se alejaba, sin perseguirles ni dispararles!

Lo que queda de la historia es un completo misterio. Langsdorff, que estaba levemente herido en la cabeza y un brazo, comete la mayor de sus equivocaciones. Con las máquinas en perfecto estado, la capacidad combativa del barco intacta y la mitad de sus municiones en los polvorines, decide poner rumbo al puerto de Montevideo. El día 15 de Diciembre, el capitán y 320 de sus tripulantes, bajan a tierra para enterrar a los 37 muertos.
Ese día, Langsdorff pudo echar a pique a los tres cruceros británicos y, en vez de perseguirles cuando eran fáciles presas, se internó en Montevideo, tratando de reparar sus daños, tarea estimada en dos semanas.
Los convenios internacionales concedían al Graf Spee el derecho a permanecer en puerto neutral durante 72 horas, pero el acorazado necesitaba más tiempo para reparar los daños sufridos en el combate.
Tras fracasar en sus negociaciones con el gobierno uruguayo para ampliar el plazo de permanencia, su capitán Hans Langsdorff pide permiso a Berlín para hundir su nave y evitar su captura; el permiso es concedido.
El día 17 de Diciembre, incapaz de poder dirigirse a Buenos Aires, la tripulación es transferida al barco alemán Tacoma y a otros barcos argentinos. El Graf Spee, se hace a la mar con una tripulación reducida y una vez fuera del puerto abandonan el barco. Langdorff y la tripulación, regresan a tierra.
Unas explosiones inician el fin del Graf Spee.

“ACORAZADO GRAF SPEE"

La nave ardió durante tres días ante la mirada de miles de personas que se trasladaron a los muelles para presenciar el dramático episodio. El Graf Spee estalló en el aire y se dividió en dos partes que se hundieron en el lecho del río.
El día 19, en su habitación en el Arsenal Naval de Buenos Aires, se suicida de un disparo en la cabeza.
El día 20 encuentran el cuerpo del marino, envuelto en la bandera del buque y vestido de uniforme.

“ACORAZADO GRAF SPEE"
Sus restos fueron sepultados en el Cementerio del Norte, de Buenos Aires.
Epílogo
Una de las razones que dejó escritas era “...y para que nadie pueda poner en duda el valor de los marinos alemanes quiero poner fin a mi vida..."
Pero también sospecharía que su discutible actuación en combate casi con seguridad iba a llevarle ante un Consejo de Guerra por la pérdida de su buque.
La marina de guerra alemana consideró la muerte de Langsdorff como una “iniciativa personal” y no como un acto de servicio.

Según versiones de la época, la decisión de hundir el acorazado se debió a la necesidad de evitar que el telémetro, instrumento óptico que estaba adosado a un radar y mejoraba la puntería, cayera en manos de las fuerzas aliadas.
Una vez hundido el acorazado, los británicos enviaron especialistas para revisar las antenas y equipos de radar, además de que con seguridad, mediante buzos sacaron cuanto pudieron del buque.
Rescate y reflotamiento
9 de febrero de 2004
Dan comienzo las labores de rescate del acorazado. Los buzos reflotarán el telémetro del barco, elemento que medía la distancia entre el buque y sus blancos y en el que se colocó la primera antena de radar de una nave de guerra. Este equipo óptico, que usaba el acorazado para apuntar sus cañones, mide 10,5 metros de largo, 6 de alto y pesa 27 toneladas. Debería tener adosado el primer radar que se instaló en un buque de guerra y que hasta el desarrollo naval británico, años después, fue el mayor avance tecnológico naval del mundo.

El acorazado se encuentra hundido a siete kilómetros de la zona conocida como Punta Yeguas, en los alrededores del Cerro de Montevideo.
Según las previsiones más optimistas, el rescate completo del buque podría durar unos tres años.
El Graf Spee está hundido en las barrosas aguas del Río de la Plata, a ocho metros de profundidad y partido en dos. De la proa a la torre de artillería de popa está en una sola pieza, enterrada en el lodo casi hasta la mitad. A siete metros de distancia, la popa está apoyada en el fondo de forma natural.
El casco está en buen estado y es posible lograr su reflotamiento, siempre que se saquen antes las ocho mil toneladas de barro que hay en su interior.
La mejor previsión de los expertos es que si el barco se puede sacar completo, el trabajo durará entre tres y cuatro años.

La restauración, en cambio, es un enigma. Depende de en qué estado se encuentren sus piezas y a qué nivel de originalidad se lo quiera llevar. En este punto, empresas alemanas que intervinieron en la construcción del acorazado han ofrecido su colaboración.
La intención es reflotar el Graf Spee y exhibirlo en Montevideo.
16 de febrero de 2004
Un empeoramiento del tiempo hace posponer los trabajos de reflotamiento del telémetro.

26 de febrero de 2004
Tras varios intentos, una grua del puerto de Montevideo consigue extraer el telémetro.



martes, 2 de octubre de 2018

BATALLA DE ISLA FORTUNA


BATALLA DE ISLA FORTUNA

BATALLA DE ISLA FORTUNA
El 16 de octubre de 1600 la flota holandesa formada por el Mauritius, el Hope, el Eendracht y el Hendrik Frederik fondea cerca de Luzón haciéndose pasar por francesa. A bordo del buque insignia Mauritius, el almirante Olivier de Noort comandaba una operación contra Manila. El Gobernador Francisco Tello organizó la defensa. Embarcó los cañones que defendían Manila a bordo de un galeón que se encontraba fondeado en Cavite, el San Diego, al que se unió el patache bautizado San Bertolomé y dos pequeñas galeras. Tras el combate el San Diego resultó hundido y sus náufragos masacrados desde el Mauritius, el Eendracht capturado por el San Bartolomé. En adelante los holandeses rehusaron el combate con los barcos españoles. En 1992 Frank Goddio, a bordo del catamarán Kaimiloa localizó el pecio del San Diego a unos 1200 metros de la Isla Fortuna. Se extrajeron 6000 piezas desde una profundidad de unos 50 metros.
Hundimiento del San Diego:
       El San Diego, con catorce cañones de bronce de diferentes calibres y las provisiones necesarias para varios días, partió el 11 de diciembre de 1600, al mando de Antonio de Morga, acompañado con la otra flotilla. Más de cuatrocientas cincuenta personas se embarcaron en los barcos españoles, entre los que se encontraban unos ciento cincuenta nobles de Manila y algunos mercenarios japoneses. Y así, tres días después, se encontraron frente a frente ambas flotas, la española y la holandesa, librándose inmediatamente una batalla naval donde inicialmente el galeón San Diego en su maniobra aborda y apresa al buque insignia mandado por Olivier de Noort, el Mauritius. Los españoles toman el navío holandés al abordaje y, después de varias horas de combate, donde ya los holandeses se habían refugiado en las bodegas para su última defensa que presumía una victoria española, le aparece al San Diego una vía de agua en el barco, debajo de la línea de flotación. Antonio de Morga, indeciso, no sabiendo si quedarse a bordo del galeón holandés que le confirmaba una victoria segura, inexplicablemente se decide por picar y soltar amarras, que aguantaban al navío holandés, y navegar con parte de los españoles a bordo del San Diego, rumbo a la Isla Fortuna, pero con la mala suerte de que el galeón español comenzó a hundirse rápidamente, salvándose de este naufragio el almirante Antonio de Morga y un centenar de hombres que, por sus propios medios, llegaron hasta esta isla.


viernes, 24 de noviembre de 2017

CAMPO DE PRISIONEROS DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA "Las Bruscas" LUEGO "Santa Elena"

CAMPO DE PRISIONEROS DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA "Las Bruscas" LUEGO "Santa Elena"

CAMPO DE PRISIONEROS DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA "Las Bruscas" LUEGO "Santa Elena"

Juan M. de Pueyrredón 

Hasta los comienzos del siglo XIX el río Salado fue el límite entre la civilización y los salvajes.  Con más o menos tolerancia y belicosidad, aquello se respetaba.  Eso sí, con una excepción.  Era ésta el establecimiento de los jesuitas, al sur, precisamente en el que sería denominado más tarde “Rincón de López”.  Posiblemente, “las primeras carretas que con sus enormes ruedas marcaron huellones en el lecho del Salado fueron las de los padres misioneros que, en 1742, fundaron la reducción de la Concepción de las Pampas…”.  Pusieron los jesuitas en la empresa su habitual celo civilizador.  No serían más bravos estos indígenas sureños que los que domeñaron y adiestraron en artes y oficios allá en el norte…  Más, no debió acontecer así, pues enana carta del obispo de Buenos Aires, fray José de Peralta, se dice que éstos de la otra banda del Saladillo “tienen muy poca obediencia a los misioneros y sin temor se han salido del pueblo llevándose mujeres en continuación de su libertinaje, y que entre los que se mantienen en el pueblo se traban de ordinario querellas…”.  Lo cierto es que, más allá del Salado, todo era dominio de salvajes, huidos de la justicia y malandrines.  No faltan los historiadores que anotan que “el establecimiento de estas reducciones, respondía, además, a un plan de observación y espionaje que, sin despertar sospechas, podían llevar los padres ante las autoridades de Buenos Aires, transmitiéndoles los movimientos y preparativos de la indiada, bien visibles en aquellas soledades”.

Expulsados los jesuitas, y evacuada la misión quedaron aquellos campos sureños abandonados.  Fue, teniendo en cuenta su carácter de realengos, como se desprende de un posterior “reglamento provisional” que determinaba las condiciones bajo las cuales el Gobierno otorgaría suertes de estancias al sur del río Salado, que muchos estancieros arriesgados decidieron establecerse en ellos.  Sus sucesores, en más de una oportunidad, los encontramos consignados en los planos catastrales contemporáneos.

La antigua cartografía jesuítica, entre otros, los mapas del padre Cardiel y, en particular, el de Falkner de mediados del siglo XVIII, en el lugar aproximado correspondiente a Las Bruscas, ubica en el grado 36, a la misión de la Concepción. Pero sin remontarnos tan hacia el pasado, recordemos aquí la Carta del trayecto de Buenos Aires a Valparaíso, trazada en 1810, por los españoles Espinoza y Bauzá, que la ubica también a la misma altura.  Esta situación es confirmada años más tarde, en 1825, por la carta de John Miers, el cual lo hace en forma más nítida, rompiendo el recuadro, al pie, a la derecha, exactamente sobre el paralelo 36, a 57º 2’, del meridiano de Greenwich, aunque ya con la denominación de Santa Elena, según designio del Supremo Gobierno, del 26 de noviembre de 1817.

Las Bruscas

El “depósito” o campo de prisioneros de “Las Bruscas” se hallaba establecido en los aledaños de la laguna de los Pingos, debajo de la cual en el mapa de Bacle, de 1830, ya figura la población de Dolores, y, un poco más hacia el sur, los famosos montes del Tordillo, refugio de cuanto bandolero escapaba de la civilización.

Para llegar a Las Bruscas, desde Chascomús, había que seguir por el camino que cruzaba el Salado en el paso llamado de la Reducción.  De su existencia pormenorizada nos da prueba el esquema reproducido por Adolfo Carranza en la Ilustración Histórica Argentina (Nº 19, Tomo II, página. 193) titulado: “Nueva Población de Santa Elena, depósito de prisioneros” sacado el 1º de enero de 1819.

En ese esquemático plano, no por tosco en el trazo menos interesante, se presenta un rudimentario poblado, rodeado por las lagunas que, en las temporadas nefastas, acrecentándose, lo convertían en un aislado islote.  No faltan en esta pieza, singularmente documental, las menciones correspondientes a la Capilla, Campo Santo, Casas de los administradores, almacén, presidio y hasta pulpería.

¿Por qué Las Bruscas?  Ansay nos los dice: “era un bruscal, campo abundante en brusquillas, arbusto duro y con espinas bravas, rechazado por los animales, con bayas como cerezas, particularizado por entrar rápidamente en combustión.  Aseguraba la gente de aquellos lugares que era la cocción de sus raíces buena para la sangre”.

El lugar, en la época, no podía adaptarse más a su cruel destino de campo de concentración de prisioneros.  Estaba en la linde de la jurisdicción civilizada, en las riberas del incontenido Salado de entonces, abundante en lagunas de escasa profundidad, con vegetación acuática: juncos, y achiras, “aguas tendidas” y traidores guadanales.  Río de engañoso cauce, que se ensanchaba como un mar con las grandes lluvias y los golpes de marea del Samborombón, impracticable para la navegación (hubo en 1857 una alocada intentona de la que da amena y versada cuenta el historiador Carlos A. Moncaut), colmado de sedimentos, con el azulado barro de sus cangrejales, y escasos pasos seguros, uno de los cuales era, precisamente, el de La Postrera, la estancia predilecta de Felicitas Guerrero de Alzaga.

Empero, como veremos, la seguridad y el aislamiento de los confinados eran relativos.  La temeridad, la suicida sed de liberación, el soborno a los milicos encargados de la custodia, la desesperación, más de una vez, tentó a los prisioneros realistas, cobrándoles su osadía con la vida o las crueles represalias tomadas con los inocentes sorteados que se resignaban a permanecer en Las Bruscas.  Pues que, por cada evadido, se sorteaba un confinado, al cual se le engrillaba y remitía sin dilación a la lejana prisión de Buenos Aires.  Y se daba el caso de que, siendo los jóvenes los más resueltos y temerarios, los que purgaban eran los militares más ancianos, de mayor graduación e impedimento físico.

Para ubicar al lector contemporáneo en el lugar de Las Bruscas o de Santa Elena, ateniéndonos a las informaciones que suministra el plano catastral del partido de Dolores, levantado por la Dirección de Geodesia provincial, para el año 1948, consignaremos que estaban al NNO de la ciudad de Dolores, a unos tres kilómetros de la misma y algo menos de las vías del Ferrocarril Roca en su ruta a la Parada Kilómetro 212, en campos de R. García Fernández, desprendidos del entonces perteneciente a José A. Barbosa.  Por el lugar pasaba en días más cercanos el camino de Dolores a Rauch, empinándose unas varas al salir de Las Bruscas, para meterse entre las lagunas de los Dos Talas, la del Medio y del Aguadero, zonas aguanosas y bajas que utilizan en el presente la salida del Canal número 9.

El gobierno directorial, antes de que se pusiera en marcha la columna de prisioneros en la cual formaba Ansay, había tomado algunas providencias.  En primer lugar, atentas las solicitudes de otorgamiento de tierras realengas ubicadas al sur del Salado –muchas de aquéllas de las que, en 1767, torpemente se había desalojado a los jesuitas-, el 25 de enero de 1816, reglamentó el otorgamiento de suertes de estancias.  El propósito aparente fue el de colonizar y terminar, ¡claro que a costa del esfuerzo y el denuedo de algunos estancieros!, con los vagos, desertores, prostitutas y holgazanes guarecidos en los montes del Tordillo, así como darle formalidad a la entrega de otras tierras más valiosas a cambio de unos reales.  Pero, éste no es asunto de tocar aquí.

Lo que se ve sí, es que el recaudo de los prisioneros realistas comenzaba a convertirse en un agudo problema.  Extensas y minuciosas fueron las instrucciones que, ya establecido el Directorio de Pueyrredón, el 28 de marzo de 1817, recibió el teniente coronel Juan Navarro, “para que arregle a ellas su conducta en el desempeño de la Comisaría de prisioneros”… por de pronto, se daba por sentado que la guardia de Chascomús era el punto donde estaban concentrados y desde el que se les distribuía, ordenándoseles militarmente por compañías.  Serían ellos los que construyeran sus moradas con los materiales obtenidos en las inmediaciones.  No se apartarían más de una legua descentro de reunión.  El alimento lo suministraría el comandante militar respectivo. (1)  Siempre que los trabajos públicos lo exigieran, se atenderían con prisioneros, con excepción de los jefes y oficiales.  También, bajo fianza, podían facilitarse a los vecinos para las tareas rurales.  Por fin, y esto es de interés: el Comisario cuidaría de tener prisioneros espías que advirtieran sobre los conceptos, planes, etc. de los prisioneros.

El 11 de junio salió la columna de Luján.  Hasta la estancia de Julián Martínez de Carmona, distante aún cinco leguas de las riberas del Salado, los prisioneros habían marchado unas setenta leguas.  Todavía les faltaban dos más para alcanzar su mortífero destino.  Era una zona lacustre, plagada de interminables ciénagas, cañadas y cañadones con fondo legamoso y traidor.  Estas chacras procedían y a su vez alimentaban las lagunas de dilatado espejo que, unificándose en los períodos lluviosos del invierno, le daban a la vastísima región el aspecto de un mar.

Aquellos tembladerales, cubiertos por las aguas que no se habían retirado aún, engullían a los animales hasta las verijas. En otros lugares, los pajonales altos impedían el fácil galopar de los caballos.

Llegada de Ansay al “Depósito”

El 22 de setiembre llegó Ansay al “bruscal depósito”, como él lo denomina.  Allí comenzó otra etapa de penurias, privaciones y, naturalmente, un pertinaz anhelo de problemáticas y siempre riesgosas fugas.

Pese a su edad y achaques, imitando a los que habían llegado antes, levantó su rancho, transportando él mismo los palos, cortando las pajas en las lagunas.  La ración de carne que les asignaban era ínfima.  Hubo que pensar en obtener algo de aquella tierra aguanosa; cavar, rellenar, trazar surcos.  La leña combustible estaba como a dos leguas.  La conducían a cuestas, pasando hasta once charcas con el agua arriba de la cintura.

El gobierno directorial, por una orden del 28 de agosto, antes del arribo de Faustino de Ansay, como hemos dicho, había dispuesto el suministro de las reses para la alimentación de los presos españoles.  Pero, sus compatriotas no parecían mostrarse muy pródigos o, quizá, los funcionarios de la custodia, se quedaban con la parte del león… o de la hiena, que por tales tenían los realistas a Juan Navarro y su segundo Saturnino Saraza.  Además, protestar, ¿para qué?.

En varias oportunidades lo hicieron, con respetuosos términos, alegando elementales razones de humanidad, apelando al derecho de gentes, a la buena fe que presumiblemente se pone en los tratados, al derecho internacional que establece que la cautividad de los prisioneros de guerra no constituye un castigo ni un acto de venganza.  Se dirigieron al flamante y soberano Congreso, al Director Supremo, al Cabildo, y hasta el comandante de la corbeta británica “Termefant”, en sendas y conmovedoras notas fechadas el 1º de noviembre de 1817.  La callada fue por respuesta.

En octubre de 1817, un acuerdo del gobierno de Pueyrredón decidió cambiar la denominación de Las Bruscas por la de Santa Elena, “quedando enteramente abolido aquél por el primer nombre”, especificaba el ministro Tagle.  Las dotes mefistofélicas con que el historiador López lo retrata llevan a pensar en el humor negro que el atildado y lúgubre personaje volcó al recordarles a los prisioneros realistas, con aquella designación de Santa Elena (Napoleón estaba en el islote atlántico desde el 17 de octubre de 1815….), al maligno conquistador que tantos estragos ocasionó en la Península.

Todavía, el 26 de mayo del año siguiente, en nombre de los 638 relegados que parecían hambre y miserias en las antiguas Bruscas, se renovó otra presentación, dirigida a Pueyrredón: se morían materialmente de hambre y otro terrible invierno se les venía encima.  El papel debió perderse entre la hojarasca administrativa.  Eran muchas las inquietudes que provocaba en Europa el intrigante y calumniador Manuel Sarratea y otros que tales, con una posible conspiración contra el Director Pueyrredón.  Por otra parte, el general San Martín había llegado a Buenos Aires el 17 de mayo, para recibir, como anota Mitre, “por primera y última vez en los fastos de la Nación Argentina el reconocimiento por sus servicios que con tanto honor del nombre americano merecía”.

Reducidos los realistas de Las Bruscas a una situación tan afligente, más parecía que lo que se procuraba era exterminarlos.  Era la guerra en toda su brutalidad.  Otro tanto acontecía con los patriotas y entre los mismos patriotas. No se podía olvidar la servicia de Nieto en el Alto Perú.  En aquellos mismos días, los hermanos Carrera habían pagado por igual un cruento tributo.  Era el signo del tiempo.

En la relación de aquellos plañideros escritos había colaborado Ansay, que ya tenía larga experiencia en tales gajes del oficio militar.  Las listas de prisioneros se conservan en el Archivo de la Nación.  De todos ellos queremos mencionar uno solo: Andrés González del Solar, oficial español en el Perú, prisionero en la fortaleza del Callao, fue relegado a Chiloé, pasado finalmente a Las Bruscas.  Lo liberó el gobernador general Rodríguez y se estableció con un comercio en Buenos Aires.  En 1833 se casó con Margarita de la Puente.  Padre del injustamente olvidado poeta autor del laureado Canto a Cristóbal Colón, lo fue también de Carolina, la esposa del autor de Martín Fierro.

Allá por marzo de 1818, diríamos, por puro formulismo, llegó a Las Bruscas un comisario en tren de investigador.  Con aspavientos e ínfulas inició los interrogatorios.  Navarro y su gente salieron al paso, alegando que los realistas eran unos rebeldes que no tramaban más que fugas y estaban en una permanente insubordinación.  El resultado fue castigar a los prisioneros sentenciándolos por sorteo para llevarlos a presidio.  Ansay, como todos, metió su mano en el botijo, y salió libre, pero cinco infelices tuvieron la “suerte” de ser transferidos a la cárcel de Buenos Aires.  En la Capital, acollarados y engrillados, siendo objeto de la befa del populacho, debieron trabajar en las calles o en algunas obras públicas.  Fueron precisamente prisioneros de guerra españoles los que demolieron la vieja plaza de toros y levantaron los muros del cuartel del Retiro.

En agosto del mismo año agregaron 44 oficiales prisioneros, provenientes de la batalla de Maipú.  Con tantas calamidades, algunos realistas se fugaron dirigiéndose nada menos que a Valdivia, a través de 400 leguas, atravesando pampas y montañas, desafiando a los indios.  Unos llegaron al cabo de un año.  La fuga se compensó con el consabido sorteo.

Pero, la tropa que custodiaba el Depósito no cobraba sus sueldos con regularidad.  De tal manera, unas veces, por unas monedas, favorecían las fugas.  En otras oportunidades pasaban cartas y traían noticias.  También, aparentaban favorecer, ¡y delataban!  Faustino de Ansay, con muchas dificultades, logró que su leal amistad residente en Buenos Aires, intercediera para que se le dejaran curarse en un hospital, ofreciendo una no despreciable fianza de ocho mil duros.  “No hay lugar”, fue la respuesta; y, de  palabra, se le reiteró que era en vano presentarse, pues no merecía ninguna gracia del gobierno, pudiendo estar contento de que no le hubieran quitado la vida.

Otra vez, los blandengues fueron relevados por un destacamento de negros.  “Aquellos bárbaros –dice- al verse en el estado de libres, con las alas que les daban, se insolentaban, nos robaban cuanto teníamos en las huertas, diciéndonos pícaros, ladrones, godos, gallegos…  Ahora mandamos los negros a los blancos…”.  Y los apaleaban.

Con el desquicio institucional del año 1819, arreciaron las fugas y, por consiguiente, los injustos sorteos.  Así, el capitán de caballería Pedro Abarca, de 70 años, purgó la fuga de un simple recluta.  Los encargados del Depósito pensaron en algo más severo: fusilar a los sorteados, para ponerse a salvo de toda responsabilidad.

Las órdenes y las contraórdenes llegaban diariamente al nefasto lugar.  Para el 4 de marzo se dispuso volverlos a todos a Mendoza y San Luis.  Mil milicianos gauchos los escoltaban.  Tuvieron que abandonar sus ranchos e improvisados bienes y obedecer.  No habían avanzado más que una legua cuando cundió la especie de que serían todos degollados en cuanto llegaran al Salado.  Afortunadamente en lo más álgido del pánico, llegó la contraorden de regresar a Las Bruscas, donde encontraron la población casi en ruinas.  Al parecer, algunos jefes patriotas habían solicitado al gobierno que no tolerara tales atentados, recelosos de las represalias que provocarían, particularmente después del tremendo episodio de San Luis, donde los oficiales realistas capturados en la batalla de Maipú armaron un motín con un trágico saldo.

Fuga del coronel Faustino Ansay

Faustino de Ansay, el tozudo hijo de Zaragoza, no cejaba en sus proyectos de fuga.  Una, dos, tres veces lo intentó.  Sus camaradas iban escapando y él quedaba.  Por fin, aquella invariable amistad radicada en Buenos Aires, aprovechando un cambio de autoridades, insistió nuevamente.  El 24 de mayo llegó la anhelada orden de que pasara a la Capital para remediar sus males.

Recién entonces dejó el Depósito de Santa Elena, aquel infernal bruscal, donde padeció dos años, once meses y veinticinco días.  Como hemos dicho, Ansay, minucioso contable, no perdonaba un día a sus penurias.

Ya lo tenemos al coronel camino a Buenos Aires.  Llega en mal momento para la Revolución.  Oportunidad propicia para él.  Con centinela a la vista, lo internan en el hospital.  Se encuentra realmente enfermo; pero, con males y fiebres, su obsesión es la de fugarse.  En realidad, todos lo hacen.  Con unos y con otros, Ansay urde posibles escapatorias.  A veces se burlan de él y le pelean los pocos cuartos que le respetan.

Una noche, finalmente, lo consigue.  Acude a refugiarse en casa de “una señora, donde le dan una habitación con todo disimulo”.  El marido había salido para Montevideo.  Treinta y tres días vive allí oculto.  Como siempre, lleva bien la cuenta.

En tanto, ¿qué ocurre?  La ciudad está envuelta por el desquicio político y administrativo.  Se vive materialmente en un infierno.  Alvear, Pagola, mil ambiciosos más que han trocado el sano patriotismo por el asqueante y pernicioso apetito del poder.  Es la cuota inevitable de todos los movimientos populares.  Buenos Aires se ha convertido en el refugio de la pobre gente de las asoladas campañas.  ¿Quién, entonces, va a reparar en el envejecido y astroso fugitivo que es el coronel Faustino Ansay?

Como bestias arrean por las calles a los prisioneros.  Ya no son solo godos.  Las mujeres pernoctan en los templos. Algunas paran en los conventos, como la esposa de Tomás O’Gorman, que dio a luz de urgencia e la celda del fraile Francisco Castañeda.  Para colmo de males, el 19 de agosto, un terrible temporal empuja al río más arriba de las barrancas, destrozando innumerables embarcaciones, arrasando humildes viviendas.

¿Cómo no afanarse entonces en lograr la salvación tan anhelada?  El 1º de octubre se halla la ciudad en revolución. Tocan generala.  Ansay aprovecha.  Paga la complicidad con las últimas monedas de oro que su amistad le ha hecho llegar.  Tal es su confusión que, en medio de la noche, se equivoca y acude, en demanda de refugio, tan luego a la casa de Agrelo, “el más cruel de los insurgentes”, dirá luego.  Pero se salva porque el escabroso personaje anda, a su vez, conspirando.

La casa que el buscaba estaba dos puertas más adelante.  Para evitar suspicacias, dejémosle a él que evoque algún pormenor de sus felices días mendocinos:

“Llamo –dice-, y a pesar de que estaban dormidos por la jarana de la noche (sic),me respondieron, y por no decir mi nombre, repliqué, ¿quién tuviera sus cuidados?.  Me conoce la señora en el eco.  No espera a sus criados, me abre la puerta aún estando en paños menores.  ¡Qué acción generosa!  Se viste, deja a su marido que aún está en cama, y cual otra madre tierna que ve a su hijo, que hace tiempo estaba ausente me recibe, llama a los criados, manda hacer té, y le relaciono lo ocurrido en estos días.  El hacer bien nunca se pierde.  Así me sucedió a mí.  En enero de 1810 pasó esta señora por Mendoza, y por esta causa le franqueé algún dinero para muebles y poner casa aquí, y agradecida me recoge y me sirve en gran manera”.

Ahora podemos abreviar.  El día 4 hay luchas en las calles.  Nada más que en la Plaza, 500 muertos.  Pero, al parecer, ya está afirmado el gobernador Rodríguez.  El 9, día de la Virgen del Pilar, patrona tutelar de Aragón, le confirman al impaciente coronel la posibilidad de fugarse en la lancha de un esforzado y leal gallego.  Lo hace por el Riachuelo.  Con viento favorable, más no sin dificultades.  Por fin, el 14 está a la vista de la Colonia del Sacramento.  El jefe militar portugués lo recibe con benignidad y honores.  Dos días después zarpa de Montevideo, “dando gracias al Poderoso porque ya podrá respirar libremente después de miserias, trabajos y calamidades sufridas en 10 años, 5 meses y 13 días”. El siempre habría de llevar la cuenta.

Aquí podemos poner fin a las  infinitas y peregrinas ocurrencias del coronel Faustino Ansay.  Anotemos algo más para que el relato de sus padecimientos no quede trunco.  En Montevideo estuvo hasta el 24 de enero de 1821.  El 7 de febrero, fue a Río de Janeiro.  Restablecido y con recursos que le facilitó el embajador de España, levó anclas el 6 de junio para Europa.  Con 83 días de navegación, alcanzó Lisboa el 28 de agosto.  El 26 de enero de 1822 llegó a Sevilla.  Tuvo complicaciones de índole administrativa.

Este coronel con alma de contable parece que no se daba por enterado de que aquellos no eran tiempos para cálculos rigurosos ni de días ni de duros.  Obtuvo una foja con 43 años de servicios y quince días, ni más ni menos.  Visitó Madrid, ya más tranquilo.  Y, el 23 de octubre regresó a su Zaragoza siempre añorada, a las 4 de la tarde.  Vio que también allí la guerra había pasado dejando sus tremendas huellas.

Parece que, posteriormente, complicado en algunos pleitos políticos de su país, debió exiliarse en París y en Londres. Faustino Ansay tendría muchas cosas para contar en su vejez.  Sobre todo, su estadía en ese lugar que, sin exageración, podemos llamar “el campo de concentración criollo”.

Referencia

(1) Más tarde, el 28 de agosto de ese mismo año, se estableció que el comisario Navarro estaba facultado para obtener de los hacendados europeos las reses necesarias para el consumo del Depósito, conforme con el ganado que aquéllos tuvieran.  En Chascomús, de tres ganaderos realistas, el más fuerte, con 9.000 cabezas, era Manuel Martín de la Calleja, que debió aportar 900 animales por año.

Fuente
Ansay, Faustino – Relación de los Acontecimientos ocurridos en la ciudad de Mendoza en los meses de junio y julio de 1810.
Danero, E. M. S. – Las Bruscas, Campo de Concentración Criollo”
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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Todo es Historia, Año III, Nº 25, Mayo de 1969.
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